La
Ilíada. Rapsodia I.
I. PRELUDIO
CANTA, diosa, la cólera de Aquiles el Pelida,
funesta a los aqueos, haz de calamidades,
que tantas fieras almas de guerreros dio al Hades,
y a los perros y aves el pasto de su vida
5 ---en tanto que de Zeus las altas voluntades
iban adelantando por su propio camino---
desde que la disputa enemistó al Atrida,
príncipe de los hombres, y a Aquiles el
divino.
II. LA PESTE
¿QUÉ DIOS pudo mezclarlos en tan
atroz contienda?
10 El hijo de Latona y del Cronión que,
airado,
lanzó por los ejércitos una peste
tremenda.
Y morían los hombres, por haber ultrajado
al sacerdote Crises el poderoso Atrida.
Pronto a dar un tesoro por su hija redimida,
15 Crises llegó a las flotas y al campamento
aqueo,
y al cetro de oro atadas las ínfulas de
Apolo
el Flechero, a las huestes no imploraba tan sólo,
sino a los dos caudillos, los vástagos
de Atreo:
---Atridas, y soldados de las lucientes grebas:
20 Así os den los Olímpicos rendir
la altiva plaza
de Príamo y tornar sin duelo a vuestras
casas,
que me deis a mi hija contra el rescate, en prueba
de sumisión a Apolo, el que de lejos caza.
A voces los aqueos lo dan por otorgado,
25 honrando al sacerdote y ansiosos del rescate;
mas impedir no logran que Agamemnón maltrate
a Crises y lo aleje con ademán airado:
--
-¡Que no te encuentre, viejo, rondando nuestros
barcos,
ni quieras insistir ni tantear tu suerte,
30 que el cetro ni las ínfulas del dios
han de valerte!
¡No te la doy! Pues antes, en mi mansión
de Argos,
haciéndome la cama, labrando en el telar,
habrá de envejecer ausente de su hogar.
¡Y vete sano y salvo, no sea que me irrite!
35 Amedrentado el viejo se va por la ribera
de la mar estruendosa, y a solas considera
cómo, en sus oraciones, merecer el desquite
del hijo de Latona, la de alma cabellera:
---¡Dios del arco de plata que proteges
a Crisa
40 y a Cila, sacro albergue, y en Ténedos
gobiernas!
Si mi mano sumisa te ha ofrecido sagrarios
donde de toro y cabro asaba pingües piernas,
ay Esminteo, escúchame y fléchalos
de guisa
que así paguen mis lágrimas los
dánaos nefarios!
45 Escuchábalo Apolo con ánimo encendido,
y como inmensa noche del Olimpo bajaba.
Repleta aljaba el hombro y el arco apercibido,
a su paso las flechas crujían en la aljaba.
Apostado de lejos, tira sobre los barcos,
50 y un chasquido de plata lanza el temible arco.
Mulos y perros ágiles se revuelcan entonces;
mas luego que las tropas prueban los agrios bronces,
los humanos despojos se empiezan a hacinar,
y las hogueras fúnebres ardían sin
cesar.
III. LA DISPUTA
55 DURANTE nueve días los divinos flechazos
vuelan por el ejército; mas el décimo
día
place a la diosa Hera, la de los blancos brazos
---quien el mal del aqueo ansiosa compartía---,
que, por su influjo, Aquiles el de alígeras
plantas
60 llame a todos al ágora. Y él
dice y se levanta:
---Temo, varón de Atrida, que, pronto rechazados,
desandemos la ruta, si antes a los aqueos
peste y guerra sumándose no nos dejan postrados.
Un adivino al punto nos diga, o sacerdote,
65 o de sueños intérprete---mensajes
son de Zeus---,
el porqué del azote de Apolo, y si hay
olvido
de hecatombes o votos, y si al humo ofrecido
de corderos y cabras indemnes en su honor
nos libra de la peste y aplaca su furor.
70 Dice y se sienta, dando sazón para que
hable
el Testórida Calcas, augur incomparable
que escruta en lo presente, pasado y porvenir,
y puso a Ilión el rumbo de las aqueas naves
por la sapiencia infusa de Febo Apolo. En suaves
75 y medidas palabras les empezó a decir:
---Aquiles caro a Zeus, me invitas a explicarme
sobre el furor de Apolo, el que de lejos hiere.
Lo haré siempre que jures y ofrezcas resguardarme
de palabra y de obra por cuanto yo dijere.
80 Pues temo no ser grato, si cumplo tus deseos,
a un grande entre los grandes y capitán
de aqueos.
Un rey es mucho émulo para quien lo discuta:
hoy cela y nutre su ira, mañana la ejecuta.
Si estás pronto a valerme, dímelo
sin rodeos.
85 Y tú, Aquiles de plantas alígeras,
replicas:
---Declara sin empacho tu augurio y cuanto sabes.
Pues por el sacro Apolo a cuya voz predicas
cada vez que a los dánaos oráculos
explicas,
mientras vean mis ojos la luz, en estas naves
90 no habrá quien contra ti alce su mano
grave,
si al mismo Agamemnón culpas, hoy tan ufano
con ser de los aqueos el dueño soberano.
Cobrando entonces ánimos dijo el vidente
impar:
---No hay hecatombe omisa ni voto por pagar.
95 El dios venga la injuria contra su sacerdote:
le niega el rey la hija y el pago le rechaza,
y el Cazador Distante al pueblo despedaza,
y no habrá quien al dánao liberte
de su azote
en tanto la manceba de mirada encendida
100 sin rescate ni premio no sea redimida
y devuelta a su padre, y a Crisa la ciudad
no llevemos la ofrenda que aplaque a la deidad.
Siéntase, y se levanta Agamemnón
Atrida,
el guerrero y el príncipe de fama merecida.
105 Amarga y negra cólera en el seno incubando,
los ojos clava en Calcas, que estaban llameando
de torvas intenciones, y da al furor salida:
---¡Adivino de males que nunca me anunciabas
ventura, y sólo en tristes presagios te
complaces,
110 funesto en cuanto dices, funesto en cuanto
haces!
Pues por tus vaticinios ahora mismo acabas
de advertir a los dánaos que Apolo nos
abate
por que guardo a Criseida y no admito el rescate,
no extrañes que prefiera a mi mansión
llevarla:
115 Mi esposa Clitemnestra no podría igualarla
en talle, porte, ingenio, doméstica destreza,
y si al fin la devuelvo, con ser tan renuente,
será que en más estimo la salud
de mi gente.
Pero buscad entonces alivio a tal crudeza:
120 si renunció a mi parte, no sería
prudente
que entre todos los dánaos sólo
yo contente
con el despojo a trueque de tamaña largueza.
Y el alígero Aquiles, de las deidades par:
_¡Oh Atrida de la fama, codicioso entre
todos!
125 Los aqueos magnánimos ¿qué
más te pueden dar?
No hay tesoros comunes, y el botín es de
modo
que, una vez repartido, ¿ quién
lo devolvería ?
Abandónale ahora al dios la joven presa,
que el triple y hasta el cuádruplo te daremos
un día,
130 si Zeus nos otorga rendir la fortaleza
de Troya y las murallas con que nos desafía.
Y el rey Agamemnón le dice:
---Bravo Aquiles,
aunque tan arrojado, de las deidades par,
no esperes engañarme con palabras sutiles.
135 ¿Quieres, para mejor tu prenda conservar,
que yo ceda la mía? ¡Empeño
singular!
Si otra que a mi juicio se le iguale me entregan
los aqueos magnánimos, tal vez... Si me
la niegan,
la tuya, la de Áyax o la de Odiseo,
140 pese al furor del amo, cumplirá mi
deseo.
Quede para más tarde; pues lo que urge
ahora
es echar la embreada nave a la mar sonora.
Júntese de remeros una escuadra escogida,
y transporten a bordo la hecatombe ofrecida,
145 y a la linda Criseida; y vaya Idomeneo
o Áyax por capitán, o el divino
Odiseo,
o tú mismo, portento de los hombres, Pelida,
para que de tu mano prestado el sacrificio,
se aplaque el dios Arquero y nos sea propicio.
150 Y Aquiles el de pies ligeros, con sombría
y torva faz estaba mirándolo y decía:
---¡Oh codicia, oh descaro! ¡No sé
cómo te escuchan
las tropas que conduces y a tus órdenes
luchan!
Porque, en suma, los teucros no me debían
nada,
155 ni de ellos reclamo vaca o yegua robada
o cosechas de Ftía, fértil nutriz
de gentes:
Nos alejan umbríos montes y el mar sonoro.
Mas por ti, el engreído, quisimos complacientes
brindar a Menelao desquite en su decoro,
160 plegándonos ---¡oh cara de perro!
--- a tus deseos.
Ándate, pues, con tiento y nunca me amenaces
con quitarme la honra que me dan los aqueos
ni el pago merecido. Mira bien lo que haces.
Nunca alcancé botín como el que
tú te aplicas
165 cuando arrasamos pueblos troyanos con las
picas.
Bien sabes que mis brazos son el duro sustento
de la guerra, y el premio mejor tú lo acarreas,
y yo torno a mis naves mal pagado y contento
tras de haberme cansado en ásperas peleas.
170 De esta vez vuelvo a Ftía, que con
mucho prefiero
zarpar rumbo a la patria en mi corvo velero,
a servir tu soberbia, y no hay gloria ninguna
en que a mi costa medres y acrezcas tu fortuna.
Y el rey Agamemnón contesta a su porfía
:
175 ---Huye si es tal tu ánimo, haz de
mí caso omiso;
conmigo quedan otros para honra y compañía,
comenzando por Zeus, señor de todo aviso.
Te odio más que a los príncipes
todos que él que norma y guía,
pendenciero a quien sólo la vil disputa
sacia.
180 Tu intrepidez no es mérito, si no divina
gracia.
Junta tu gente y barcos, manda en tus mirmidones,
y noramala vete, que juzgo que ya tardas.
Me río de tu encono y tus acusaciones.
En una nave mía y a cargo de mis guardas
185 enviaré, pues lo pide Febo Apolo, a
Criseida.
Más te prevengo: iré yo mismo a
tu barraca
por tu esclava de lindo rostro, por tu Briseida
¡Que aprendas lo que medra quien mi poder
ataca
y nadie más arroje a hombrearse conmigo!
190 Al oírlo el Pelida, de gran congoja
presa,
dentro del velludo pecho dos términos sopesa:
si echar mano del bronce que al muslo trae consigo
y acabar la asamblea dando muerte al Atrida,
o bien domar su ímpetu, la cólera
frenando.
195 Entre tales designios su mente repartida,
y cuando ya su bronce iba desenvainando...
¡Atenea que baja del cielo! (Hera la envía,
diosa de brazos cándidos que a entrambos
protegía.)
Sólo a él manifiesta, se le acerca
en el acto
200 lo ase y embrida por la melena blonda .
Aquiles, conociéndola, se vuelve estupefacto.
Centellea en sus ojos una mirada honda
y le dice con voz alada y conmovida:
---¿A qué vuelves, oh hija del Sumo
Porta -Égida?
205 ¿ A ver cómo me ultraja Agamemnón
Atrida?
Pues oye que te aviso de tu cercana pérdida:
su misma desmesura le costará la vida.
Y Atenea, la diosa de ojos de lechuza:
---Bajé del cielo para calmarte, si obedeces,
210 de Hera la Brazos Cándidos atendiendo
a las preces,
que a entrambos os ampara. Cese la escaramuza;
no desnudes el bronce, más véngate
con creces
tan sólo de palabra, y escucha mi mensaje,
porque así ha de cumplirse: A cambio de
este ultraje,
215 un día han de brindársete magníficos
presentes
tres veces más cuantiosos. Resígnate
y contente.
Y el de los pies alígeros le responde diciendo:
---Ruego de dos deidades es acuerdo acatado,
aunque en el pecho sienta la indignación
latiendo.
220 Quien escucha a los dioses, de ellos será
escuchado.
Dijo y no la desaira, y con pesada mano
empuja el puño argénteo y envaina
el espadón.
Y Atenea recobra la Olímpica Mansión
junto a los demás dioses y a Zeus soberano.
225 Sin deponer su enojo entre tanto el Pelida
con destempladas voces denostaba al Atrida:
---¡Perro de alma de ciervo, odre henchida
de vino!
ni salir a emboscadas con tus pares aqueos;
230 que no sólo lo temes más que
en la muerte , sino
que aquí en el campamento despojas mansamente
a quien ose acusarte y atajar tus deseos.
Rey come-pueblos, mandas sin duda entre cobardes,
o éstos fueran, Atrida, tus últimos
alardes.
235 más óyeme, que digo solemnemente
y juro
por este cetro estéril, hoy deshojado y
bronco
---pues cercenado a bronce de su rústico
tronco,
retoños y corteza dejó en el monte
oscuro,
y en vez de verdecer, hoy entre los aqueos
240 ordena la justicia según la ley de
Zeus---
que un día los ejércitos lamentarán
mi ausencia
(y espero que mi voto se grabe en tu conciencia):
cuando por más que hagas, te duelas y te
asombres,
al empuje de Héctor, el matador de hombres,
245 veas caer a todos, y te rinda el pesar
por haber desoído al aqueo sin par.
Así dijo el Pelida, y se sienta después
y arroja el centro de oro tachonando a su pies.
Y atajando al Atrida en su furor creciente,
250 Néstor el de habla suave, orador elocuente
de los pilios ---sus labios miel parecen fluir---,
que en la divina Pilos logró sobrevivir
a dos generaciones de disertos mortales,
su camada de un día, y hoy reina en la
tercera,
255 con palabras cordiales habló de esta
manera:
---¡Oh duelo sin igual para la gente aquea!
¡Regocíjense Príamo y sus
cachorros! Sea
fiesta en el corazón de todos los troyanos
la vergüenza de oír a los mejores
dánaos
260 en armas y en consejo dados a la querella!
Mancebos, consentid que os persuada un anciano.
Yo en mis tiempos doblaba gente que más
descuella:
el rey Driante, Pirítoo, Exadio, o bien
Ceneo,
o Polifemo casi celeste, o aun Teseo
265 el Egida, inmortal casi, todos patentes
asombros de vigor. ¡No en balde se arriesgaron
a batirse con fieros rivales: los ingentes
Centauros de los montes que al cabo exterminaron!
Desde la lueñe Pilos yo acudí a
su llamado,
270 y también a mi modo yo compartí
el combate.
¡Ay, entre los vivientes no conozco al osado
que pudiera medírseles ni resistir su embate!
Mas ellos me escuchaban con voluntad atenta:
escuchadme vosotros, que os tiene mejor cuenta.
275 Ni tú, pese a tu imperio, toques la
esclava hermosa
que le dieron los dánaos con liberalidad;
ni tú Pelida, intentes pujar de paridad
con un rey cuyo cetro, cuya gloria reposan
en Zeus, que a ninguno dio tanta majestad.
280 Si tú tan esforzado, hijo al fin de
una diosa,
en el mando de hombres él te lleva ventaja.
Y tú, Atrida ---lo imploro---, tu desentono
abaja,
mirando que es Aquiles para la gente aquea
muralla incontrastable de la dura pelea.
285 Y el rey Agamemnón replica de este
modo:
---Sí, anciano, dices bien y hablas muy
en sazón;
pero éste pretende sobreponerse a todos,
ser el amo y rey único, mandar a discreción
(aunque no vamos todos a prestarle obediencia).
290 Bien que los Inmortales lo hicieran belicoso,
¿mas de injuriar sin freno le habrán
dado licencia?
Presto el divino Aquiles lo ataja:
---Vergonzoso
fuera que al primer grito me humille a tus mandatos.
Otros rige a tu guisa, de hoy más que yo
te acato.
295 Y más voy a decirte y grábalo
en tu mente:
Mis brazos no han de alzarse contra ti ni tu gente
para guardar la prenda que me das y me quitas;
pero en mi negra y rauda nave nada me toques,
que mal podrás hacerlo sin que conmigo
choques,
300 o todos han de ver, si mi furor incitas,
cómo tu oscura sangre por mi lanza chorrea.
Tras el acre altercado frente al mar, la asamblea
levantan. Ya recobra sus tiendas el Pelida
y sus sólidos barcos. Su tropa lo flanquea,
305 y el hijo de Menetio. Entre tanto el Atrida
con sus veinte remeros dota una rauda nave,
y embarcadas las víctimas ---la hecatombe
ofrecida
al dios---, sube Criseida la del semblante suave.
Llevando como jefe al sutil Odiseo,
310 surcan los bogadores las ecuóreas rutas,
y el Atrida procura que el ejército aqueo
se lustre y purifique. Las escorias polutas
van al mar. Toro y cabra, junto a su estéril
suelo,
en limpias hecatombes honran a Apolo Sumo.
315 Y el vapor de la grasa en los giros del humo
enróscase y asciende y va escalando el
cielo.
IV. AQUILES OFENDIDO
EN TANTO que la tropa anda en esta faena,
su lance con Aquiles ni su amenaza olvida
Agamemnón, y a Euríbates y a Taltibio,
los prestos
320 servidores y heraldos, convoca y les ordena:
---Idme hasta la barraca de Aquiles el Pelida;
de la mano a Briseida, la del semblante opuesto,
me traeréis; si Aquiles opone algún
reparo,
yo mismo iré con gente y le saldrá
más caro.
325 Tal con altivas voces los despide y conmina.
Orilla al mar cambiante, remisos se encaminan
ambos hacia los barcos y toldos mirmidónicos.
Sentado en su barraca, junto a su negra nave,
lo ve acercarse Aquiles, el continente grave.
330 Perplejos lo saludan y con temor recóndito,
mas él, adivinándolos, se adelanta
a decir:
---¡Salud, gente de Zeus, mensajeros humanos!
Venid, no es culpa vuestra si vuestro soberano
por Briseida os envía. Patroclo, hazla
salir
335 ---tú, el estirpe de Zeus--- y entrégala
en sus manos.
Y ante los bienhadados dioses sedme testigos,
y ante todos los hombres y el rey desatentado,
si al hora del desastre quiere contar conmigo;
pues sé que ya no acierta su corazón
airado
340 a prever lo futuro en vista del pasado
ni a librar nuestras flotas del asalto enemigo.
Dijo, y dócil Patroclo la tienda de su
amigo
busca y da con Briseida, la de la faz gustosa.
A las naves aquivas, y muy a su pesar,
345 la llevan los heraldos. Apártase a
llorar
Aquiles, y tumbándose por la orilla espumosa,
mientras ruega a su madre con manos anhelosas
explora la envinada lejanía del mar:
---Madre, pues me engendraste para tan corta vida,
350 el Olímpico Zeus que por las cumbres
truena
debiera protegerme, y en cambio me condena
con su olvido al ultraje de Agamemnón Atrida,
cuyo poder me roba la recompensa suma.
Así dijo entre lágrimas. Le oye
la augusta madre
355 desde el abismo húmedo que habita con
su padre,
el añoso Nereo; surge cual blanca bruma,
vuela sobre las ondas hasta el hijo afligido,
lo acaricia y exclama:
---¿Qué dolor te ha vencido,
hijo, qué te conturba? ¿Por qué
tu alma llora?
360 Dilo y no calles, ambos probemos tu aflicción.
Y el alígero Aquiles, con profundo gemido:
---Lo sabes. ¿Para qué repetírtelo
ahora?
Fue en Tebas, la ciudad sacra del rey Eetión.
La saqueamos; luego juntamos la ganancia,
365 que nuestra gente supo repartir con esmero.
Criseida fue el hermoso botín de Agamemnón.
Pronto a dar por su hija rescate en abundancia,
el sacerdote Crises, hombre de Apolo Arquero,
llegó hasta los bajeles alígeros
entonces,
370 donde andan los aqueos revestidos de bronces.
Al centro de oro atadas las ínfulas de
Apolo
el Flechero, a las huestes no imploraba tan sólo,
si no a los dos Atridas, los amos del combate.
La gente aquea a gritos lo otorga y reconoce,
375 al sacerdote honrando y ansiosa del rescate,
mas impedir no logra que Agamemnón maltrate
a Crises y lo aleje con altaneras voces.
parte indignado el viejo, y Apolo que lo ampara,
escuchando sus preces, su arco cruel dispara
380 por nuestro campamento; y los hombres caían
conforme a los flechazos divinos se esparcían.
Un consumado augur nos declaró al instante
la causa del enojo del Cazador Distante,
y yo el primero exijo que al dios se satisfaga.
385 Levántase el Atrida e iracundo me amaga.
Ya cumplió sus amagos: los aqueos de ardientes
ojos en rauda nave devuelven a Criseida,
y al dios van a brindar su carga de presentes,
¡mientras unos heraldos, violando mis reales,
390 si antes me la dieron, me arrancan a Briseida!
Presta amparo a tu hijo y muestra lo que vales,
y al Olímpico Zeus lleva tu imploración,
ya que en palabras y obras le has dado protección;
pues sola eras fiel entre los Inmortales
395 ---mucho te oí contarlo en la patria
mansión---,
cuando lo encadenaban los dioses principales,
tal Palas Atenea y Hera y Posidón.
Tú fuiste a desatarlo del ominoso nudo,
y al que es vuestro Briareo, y en la tierra, Egeón
400 ---el forzudo centímano, más
que el padre forzudo---,
abriste el ancho Olimpo; y él, de su gloria
ufano,
junto al trono de Zeus se plantó de improviso,
y los dioses rebeldes, viendo su intento vano,
desistieron sumisos. Recuérdeselo ahora;
405 apegátele, abraza sus rodillas e implora:
Que deje a los troyanos hacer una salida,
y echados los aqueos hasta el labio del mar
---por que mejor disfruten la inepcia de su Atrida---,
vean entre las popas a su gente vencida,
410 y el rey arrepentido comience a lamentar
el haber desairado el aqueo sin par.
Y, en lágrimas bañada, Tetis le
respondía:
---¿Te di una luz en aciaga hora, criatura
mía?
¡Viérate en paz tus naves sereno
gobernando,
415 sin que nublase el lloro tus efímeros
días!
Más tu vida en muy breve, tu si no el más
nefando,
fue funesto engendrarte en casa de Peleo.
Iré al nevado Olimpo, descuida; al alto
Zeus
engendrador de rayos veré de persuadir.
420 Tú guárdate en tus raudas naves
sin combatir
y contra los aqueos incuba tu pasión.
Zeus, ayer, con toda su augusta compañía
se fue por el Océano, al remoto confín
de los probos etíopes que ofrecen un festín.
425 No tornará al Olimpo hasta el doceno
día.
Yo he de trepar entonces las broncíneas
gradas
y echarme a sus rodillas. Tal vez sea escuchada.
V. CRISEIDA A CRISA
DIJO y partió, dejándolo con el
alma alterada
por la esbelta cautiva que le fue arrebatada.
430 Llegado es Odiseo con la hecatombe a Crisa.
No bien del hondo puerto la boca se divisa,
arriando trapos guardándolos en el negro
velero,
y el mástil ---los estayes corriendo---,
en la crujía.
Reman al borde, amarran, y hacen bajar a tierra
435 las reses del sagrado tributo al dios Arquero.
De los marinos leños Criseida descendía,
y en manos de su padre que junto al ara yerra
el sutil Odiseo la entregaba y decía:
---Crises, el rey de pueblos Agamemnón
te envía
440 a tu hija, y los dánaos mandan un sacrificio
para que Febo el dios quiera sernos propicio
y aplaque tal estrago y atroz carnicería.
Gozoso queda el padre; la hija, rescatada.
En el altar se apronta la hecatombe sagrada.
445 Lavánse y dan la mola con religioso
celo.
Crises ora por todos con los brazos al cielo.
---¡Dios del arco de plata que proteges
a Crisa
y a Cila, sacro albergue, y en Ténedos
imperas!
Tú que honrando mis ruegos dañaste
de tal guisa
450 al ejército aquivo con penas tan severas,
aquí segunda vez imploro que te prestes
a alejar de los dánaos la mortífera
peste.
Así dijo rogando: lo escucha Febo Apolo.
Rezada la plegaria y la mola esparcida,
455 doblándoles la nuca las víctimas
degüellan,
las trozan y desuellan; pringan los muslos sólo,
en grasa revistiéndolos y en carne remolida;
y el anciano los trae a la leña encendida,
tintos en vino, al tiempo que ya han asegurado
460 los mozos los trinchantes de cinco puntas.
Luego
de quemar los perniles, reparten el bocado
de entrañas, y la carne menuda con cuidado
tuestan al asador y la sacan del fuego.
La faena cumplida, se juntan al banquete,
465 y todos se contentan con la justa ración.
Sed y apetito aplacan a su satisfacción;
las cráteras los mozos colman hasta el
gollete,
y las copas derraman la sacra libación.
Y a lo largo del día, en honra a Apolo
Arquero,
470 un sonoro peán entonan los guerreros,
que el dios está escuchando con dulce corazón.
Y cuando el sol se puso y aconteció la
sombra,
al pie de las amarras los rinde el sueño
grave.
Ya la Aurora de róseos dedos el cielo escombra;
475 ya rumbo al campamento zarpa la rauda nave
que Apolo Arquero impulsa con una brisa suave.
Izan el mástil, blancas las velas hincha
el viento;
las purpúreas ondas resuenan por la quilla;
y llegan deslizándose al vasto campamento,
480 donde arrastran la negra nave sobre la orilla
calzando los espeques. Y consumando el viaje,
por barcos y por tiendas se pierde el equipaje.
VI. EN EL OLIMPO
EN TANTO, y al cobijo de sus naos veleras,
Aquiles, el Pelida de las plantas ligeras
485 y retoño de Zeus, con su ira debate;
mas aunque ni la guerra ni el ágora frecuente
---estrado de la fama varonil---, en su ausente
corazón añoraba el ruido del combate.
Luego que, transcurridas doce auroras cabales
490 Zeus hasta su Olimpo llevó a los Inmortales,
Tetis, sin olvidarse de su materno anhelo,
al alba entre un bullicio de olas sube al cielo
y encuentra sólo al Crónida de inmensa
voz, sentado
en la más alta cumbre. A sus pies se ha
arrojado,
495 buscando sus rodillas con la mano siniestra
mientras le acariciaba el mentón con la
diestra,
e implora:
---¡Padre Zeus! Si entre los dioses todos
alguna vez te fui útil en algún
modo,
escucha mi plegaria: Por Aquiles me aflijo
500 a vida más efímera que todos
condenado;
a quien Agamemnón le arranca y ha guardado
por suya la presea que mereció mi hijo.
Véngale, Zeus próvido, y a los teucros
alienta
mientras el pueblo argivo no lo honre y se arrepienta.
505 Dijo. El Turbión de Nubes, Zeus, nada
replica
e inmóvil en su trono parece que dudara
De hinojos y abrazándolo, Tetis aún
suplica:
---Yo te conjuro: dame una promesa clara
y haz el asentimiento con tu inmortal cabeza,
510 o niégate, que al cabo en ti no hay
flaqueza,
y sepa yo que soy ludibrio a las deidades.
Zeus, Turbión de Nubes, desazonado exclama:
---¡Grave trance! Pues quieres malquistarme
con Hera
que al punto ha de agredirme y hacerme mil ruindades.
515 ¡Si en medio de los dioses ya tanto
me reclama
el ser para los teucros sostén y cabecera!
Y aléjate al instante, Hera ya desconfía.
Yo cuido de tu ruego. Si así te place,
en prenda
te doy el testimonio de mi consentimiento,
520 inexorable signo de la promesa mía.
Cuando yo lo concedo, no hay dios que no lo atienda,
ni hay fraude ni hay obstáculo contra mi
mandamiento.
Dice el Cronión, y en prenda, su voluntad
declara:
frunce el ceño cerúleo, la cabellera
mece
525 que la intachable frente del Inmortal depara,
y el dilatado Olimpo de pronto se estremece.
Concertados así, entrambos se separan.
Ella del claro Olimpo salta al amargo centro;
Zeus vuelve al palacio y en su trono se planta,
530 ante el coro de dioses que al punto se levantan,
por saludar al padre saliéndole al encuentro.
Mas Hera, sospechosa, los planes adivina
urdidos por la hija del Viejo de la Mar,
Tetis la Pies de Plata, y al Crónida conmina
535 con injuriosas voces y arrebatado hablar:
---¿ Con qué deidad enredas, pérfido,
y en qué andas?
Cuando te me escabulles para tus secreteos,
ni se te ocurre darme razón de lo que mandas,
ni quieres que conozca tu planes y deseos.
540 Y le responde el padre de humanos y de dioses:
---No todos mis designios inquieras, no lo oses,
que aunque mi esposa seas no puedo contentarte.
Ni deidades ni humanos habrán de aventajarte
cuando yo encuentre útil revelar mis intentos;
545 mas lo que sin los dioses mi alma a solas
persigue,
ni tú me lo preguntes ni nadie lo investigue.
Y Hera de ojos bovinos redobla sus lamentos:
---¡Oh Crónida terrible! ¿Qué
palabra profieres?
No, no podrás dolerte de que yo te embarace
550 inquiriendo a destiempo lo que tratas y quieres,
que tú muy a tu modo cumples lo que te
place.
Si hoy temo es que la hija del Viejo de la Hondura
---Tetis la Pies de Plata---, en llanto las mejillas,
desde el amanecer se abrazó a tus rodillas
555 y se arrastró a tus plantas; y mi alma
se figura
que sustrajo la prenda de tu consentimiento
para que, compensando a Aquiles con usura,
hagas desolaciones por las naves aqueas.
Zeus, Turbión de Nubes, le replicó
al momento:
560 ---¡Loca, nada te oculto, aunque tú
no lo creas!
Malo es que te me opongas, que así nada
granjeas
si no mi desamor, que te saldrá más
caro.
Lo que suceda acéptalo si me fuere plausible.
Siéntate y obedece y calla sin reparo,
565 que ni los dioses juntos te servirán
de amparo
como te ponga encima la mano irresistible.
Hera de inmensos ojos, la diosa venerada,
se sienta al escucharlo, medrosa y refrenada.
Tiemblan en torno a Zeus los dioses celestiales;
570 y Hefesto, insigne artista, por aplacar los
ánimos,
dice a su madre Hera, la de los brazos cándidos:
---¡Negro anuncio de duelos y de infinitos
males
si así riñen los dioses por los
simples mortales!
¡Adiós banquetes plácidos
si el humor se ensombrece!
575 Mi madre, aunque juiciosa, acepte un buen
consejo
y obsequie al caro Zeus. Si el padre se enfurece,
se nos agua la fiesta y se acabó el festejo.
Pues si al Fulminador Olímpico le place
echarnos de este sitio... ¿quién
mide lo que hace?
580 Ve, pues, de contentarlo con halagüeños
modos
para que así el Olímpico sea propicio
a todos.
Tal dijo, y levantándose, en copa de doble
asa
a su madre, solícito, ofrece de beber:
---Aunque te cueste, madre, por esta prueba pasa.
585 No te vean mis ojos amantes maltraer
a golpes, que al Olímpico yo no he de poner
tasa.
Recuerdo que en un trance te quise proteger:
Por el tobillo asiéndome, tan lejos me
lanzó
de los sacros umbrales que rodé todo el
día,
590 y, cuando el sol se hundía, en Lemnos
fui a caer
casi desfallecido. ¡Gracias que me acudió
el pueblo de los sinties !
Y Hera le sonreía,
y tomó sonriendo la copa de su mano.
Y Hefesto el dulce néctar ---afanoso escanciano---,
595 mezclándolo en la crátera a
uno y otro servía
por la derecha; asunto de inextinguible risa
entre los Bienhadados, al ver con cuánta
prisa
Hefesto los atiende en la mansión eterna.
Hasta que el sol traspone dura la animación,
600 y todos se contentan con su justa ración.
La cítara de Apolo con las Musas alterna,
y las canoras voces con el alado son.
Y cuando, al sol poniente, los destellos declinan,
todos a sus palacios rendidos se encaminan
605 ---obras del Cojo Hefesto y su ingenioso empeño---.
Y Zeus, el Olímpico que las centellas cría,
el dulce lecho busca para rendirse al sueño.
Hera del trono áurico su lado compartía.
Alfonso Reyes
Cuernavaca, Mor.
II. EL SUEÑO
DE AGAMEMNÓN Y LOS EJÉRCITOS
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