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Artes.
Los
historiadores consideran los siglos atenienses V y IV
a.C como el periodo de oro de la escultura y la arquitectura
en la Grecia clásica. En este período,
los elementos decorativos y la técnica empleada
casi no variaron respecto del anterior; lo que le caracteriza
es la cantidad de obras ejecutadas con un alto grado
de refinamiento y perfección de los trabajos
realizados. Se trata de obras de carácter fundamentalmente
religioso, es decir, santuarios y templos. Dice Alfonso
Reyes:
"11.
Las artes de Grecia fueron eminentemente religiosas.
La
verdadera estatuaria helénica comienza en el
siglo vii (estatua
ofrecida por Nicandra; imágenes votivas de piedra,
bronce,
terracota y marfil; la Dama de Auxerre, del Louvre).
Pues el Apolo de Amiclea descrito por Pausanias es más
bien obra micénica atribuible al siglo viii.
De 480 en adelante
el progreso es ya incontenible (Apolo Olimpio en el
frontón del templo de Zeus; Zeus crisoelefantino
de Fidias,
también en Olimpia, que, según Quintiliano,
“añadió algo a
1a religión establecida”; Atenea crisoelefantina
de Fidias
en el Partenón ateniense; Hera de Polícleto
en Argos; escenas
de muros y vasos del siglo y, al estilo de Polignoto).
Dioses y héroes han cobrado forma definitiva.*
En el siglo
iv, la idealidad evoluciona hacia el realismo (Hermes
de Olimpia, Afrodita de Cnido, obras ambas de Praxiteles).
Se multiplican las deidades menores y las alegorías.
Con la
edad helenística, Grecia recibe y devuelve ciertas
influencias
orientales (Serapis, Isis, Harpócrates-Horus)
- Las figuras
infantiles, que antes sóio eran adultos pequeños,
adquieren
carácter propio. El arte se teatraliza un tanto
(Afrodita de
Melos, Apolo de Belvedere; Deméter y Ártemis
de Demofonte,
en Mesenia; Tyché de Eutícides, en Antioquía).
La Batalla
de Dioses contra Gigantes en el altar de Zeus y Atenea,
de
Pérgamo, nos muestra ya un arte erudito.
(De paso: el gran arte imita y sublima la auténtica
religión
del pueblo. Así como el humilde creyente de nuestros
días se encariña con su estampita mal
pintada, la sencilla
gente de Grecia bien pudo vincular su fe, más
que en la majestuosa
Atenea de Fidias, en la tosca imagen de olivo que,
en el Erecteón, parecía esperar sus plegarias
desde el tiempo
de sus abuelos.)
Hermes de Praxiteles
12. Las letras nos sitúan en la plena luz de
la historia. En calidad de documentos para el estudio
de la religión griega, ellas dominan el tesoro
de las artes plásticas. Si en la prehistoria
teníamos una colección de imágenes
‘sin texto, ahora contamos con textos profusamente
ilustrados.
Las referencias literarias a la religión son,
por su carácter mismo, incidentales e incompletas.
Los testimonios de la poesía son involuntarios
y libremente imaginativos. No sabemos hasta dónde
llega el dato popular y admitido, y dónde empieza
la subjetividad poética. Los humanistas se formaron
una idea muy artificial de la religión griega
mientras sólo se fundaron en los monumentos de
la poesía.
Con todo, el mayor caudal de nuestras informaciones
procede de los autores griegos: Homero y Hesíodo,
los Himnos Órficos más antiguos, Heródoto,
los trágicos, Aristófanes,Teofrasto, Apolonio
de Rodas, tal fragmento de Calímaco, el Asno
de oro del latino Apuleyo sobre los Misterios decadentes,
Estrabón, Plutarco, Pausanias, etc.
Entre los primeros escritores cristianos, algunos iniciados
en los Misterios gentiles antes de optar por su vocación,
y
todos situados en la hora de los destinos, ofrece singular
interés San Clemente de Alejandría.
13. Las últimas investigaciones han permitido
progresos
considerables
que fueron precedidos por verdaderas adivinaciones
del genio. Karl Otfried’ Müller, a comienzos
del pasado
siglo (XIX), quiso, con los elementos escasos de que
entonces se
disponía, reconstruir una Grecia anterior a Homero.
A fines
del propio siglo, y también sin los recursos
actuales, Erwin
Rohde echó una mirada tentativa sobre una posible
religión
antehomérica, cuyas consecuencias se dejaban
sentir en los
rasgos de la Grecia histórica.* La hora no había
llegado aún,
pero no es posible esperar los avisos providenciales.
¿Ha llegado ya esa hora? Toda síntesis
es provisional,
todo estudio es inacabable. Todos nuestros empeños
mañana
parecerán prematuros. La Philosophía secreta
del Br. Juan
Pérez de Moya —resumen del conocimiento
que la España
del siglo xvi logró alcanzar sobre las religiones
de la antigiiedad
greco-romana— duerme hoy en las colecciones de
“clásicos olvidados”, junto con otras
reliquias del erudito.
¡Si al menos nos esperara esta suerte!"
México, noviembre de 1950.
Reyes Alfonso. Religión griega. Obras completas
Vol XVI. Fondo de Cultura Económica, México,
pp. 28-30
Friedrich
Nietzsche. El origen de la tragedia.
"Mucho
habremos ganado para la ciencia estética
cuando hayamos llegado no sólo al discernimiento
lógico, sino a la seguridad inmediata de
la intuición de que el desarrollo continuado
del arte está ligado a la duplicidad de
lo apolíneo y lo dionisíaco: de
forma similar a como la generación depende
de la dualidad de sexos, en lucha permanente y
en reconciliación que sólo se produce
periódicamente. Esos nombres los tomamos
en préstamo a los griegos, los cuales a
quien discierne le hacen perceptibles las profundas
doctrinas secretas de su intuición del
arte no, ciertamente, con conceptos, sino con
las figuras penetrantemente claras del mundo y
sus dioses. Con sus dos divinidades del arte,
Apolo y Dioniso, se enlaza nuestro conocimiento
de que en el mundo griego subiste una antítesis
monstruosa, en origen y metas, entre el arte del
escultor, el arte apolíneo y el arte no-escultórico
de la música, que es el arte de Dioniso:
ambas pulsiones tan diferentes van en compañía,
las más de las veces en abierta discordancia
entre ellas y excitándose mutuamente para
tener partos siempre nuevos y cada vez más
vigorosos, con el fin de que en ellos se perpetúe
la lucha de aquella antítesis, sobre la
cual la común palabra “arte”
tiende un puente sólo en apariencia; hasta
que finalmente, aparecen, gracias a un milagroso
acto metafísico de la “voluntad”
helénica apareados entre sí, y en
ese apareamiento engendran por último la
obra de arte de la tragedia ática, que
es dionisíaca en la misma medida que apolínea.
Para poner a nuestro alcance esas dos pulsiones
imaginémoslas, primero, como los mundos
artísticos separados de los sueños
y de la embriaguez; entre cuyos fenómenos
fisiológicos se puede notar una antítesis
que se corresponde con la existente entre lo apolíneo
y lo dionisíaco. En los sueños se
presentaron por vez primera, según la versión
de Lucrecio, las magnificas figuras de los dioses
ante las almas de los hombres, en los sueños
veía el gran escultor la fascinante construcción
de los cuerpos de seres sobrehumanos, y el poeta
helénico, interrogado acerca de los secretos
de la procreación poética, también
habría hecho alusión a los sueños
y habría dado una instrucción similar
a la que da Hans Sachs en Los maestros cantores:
Amigo mío, ésta es justamente la
obra del poeta,
observar e interpretar sus sueño.
Creedme, la ilusión más verdadera
del hombre
se le ofrece en los sueños;
Todo arte poético y toda poesía
no es sino interpretación de sueños
verdaderos.
La bella apariencia de los mundos oníricos,
en cuya producción todo hombre es artista
completo, es el presupuesto de todo arte figurativo
e incluso, como veremos, de una mitad importante
de la poesía. Nosotros gozamos en la comprensión
inmediata de la figura, todas las formas nos hablan,
no hay nada indiferente ni innecesario. En la
vida culminante de esta realidad onírica
aún tenemos, sin embargo, la sensación
traslúcida de su apariencia: ésta
es al menos, mí experiencia, en defensa
de su frecuencia, sí, de su normalidad,
podría aportar muchos testimonios y las
máximas de los poetas. El hombre filosófico
tiene hasta el presentimiento de que también
debajo de esta realidad en la que vivimos y somos
está oculta una segunda realidad completamente
diferente, esto es, que la primera también
es una apariencia; y al don que permite que los
seres humanos y todas las cosas se presenten en
determinadas ocasiones como meros fantasmas o
imágenes oníricas, Schopenhauer
lo califica claramente como la señal distintiva
de la aptitud filosófica. El filósofo
se relaciona con la realidad de la existencia
de la misma manera que el ser humano sensible
al arte se comporta con la realidad de los sueños;
la contempla a conciencia y a gusto; pues desde
esas imágenes él se interpreta la
vida, en esos sucesos se ejercita para la vida.
No son sólo precisamente las imágenes
agradables y amistosas las que experimenta en
sí mismo con comprensión total:
también lo serio, turbio, triste y tenebroso,
los impedimentos repentinos, las bromas al azar,
las esperas llenas de desasosiego, en una palabra,
toda la “divina comedia” de la vida,
con su Inferno, desfila ante él, no sólo
como un juego de sombras -puesto que en esas escenas
él también vive y comparte los sufrimientos-,
y sin embargo, tampoco sin aquella sensación
fugaz de apariencia; y tal vez recuerden varios,
como yo, que a veces, en los peligros y terrores
de los sueño, se han gritado, animándose
a sí mismo, y con éxito: “¡Es
un sueño! ¡Quiero seguir soñándolo!”.
Así me lo han contado también de
personas que estuvieron en condiciones de continuar
durante tres y más noches seguidas la causalidad
de uno y el mismo sueño: hechos que dan
claramente testimonio de que nuestra esencia más
intima, el substrato común de todos nosotros,
vive en si la experiencia de los sueños
con profundo placer y con alegre necesidad.
Esta alegre necesidad de la experiencia onírica
también la expresaron los griegos en su
Apolo: Apolo en tanto que dios de todas las fuerzas
figurativas, es a la vez el dios vaticinador.
Él, que según su etimología
es el “resplandeciente” [“Schinende”],
la divinidad de la luz, domina también
la bella apariencia [Schein] del mundo interno
de la fantasía. La verdad superior, la
perfección de estos estados en contraposición
con la parcialmente comprensible realidad diurna,
así como la profunda conciencia de que
en el dormir y el soñar la naturaleza cura
y ayuda, todo ello es, a la vez, el analogon simbólico
de la capacidad vaticinadora y de las artes en
general, gracias a las cuales la vida se hace
posible y digna de ser vivida. Pero aquella delicada
línea que a la imagen onírica no
le es lícito sobrepasar para no producir
efectos patológicos, pues de lo contrario,
la apariencia nos engañaría como
si fuese grosera realidad - tampoco es lícito
que falte en la imagen de Apolo: la mesurada limitación,
el estar libre de las agitaciones más salvaje,
el sabio sosiego del dios escultor. Su ojo, de
acuerdo con su origen, ha de ser “solar”;
aun cuando esté enojado y mire de mal humor,
la solemnidad de la bella apariencia le recubre.
Y de este modo podría ser válido
para Apolo, en un sentido excéntrico, aquello
que Shopenhauer dice del hombre cogido por el
velo de Maya. El mundo como voluntad y representación,
I, p. 416: “Como en el mar embravecido,
que ilimitado por doquier, entre aullidos hace
que montañas de olas asciendan y se hundan,
un navegante está en una barca confiando
en la débil embarcación; así
está en medio de un mundo de tormentas,
tranquilo el hombre individual, sostenido y confiando
en el pricipium individuationis” Incluso
habría que decir de Apolo que él
han alcanzado su mas sublime expresión
la confianza imperturbable en el principium y
el tranquilo estar ahí de todo el que se
encuentre cogido en él, e incluso se podría
designar a Apolo como la magnifica imagen divina
del pricipium individuationis, con cuyos gestos
y miradas nos hablarían todo el placer
y toda la sabiduría de la “apariencia”,
en compañía de su belleza.
En el mismo pasaje Schopenhauer nos ha descrito
el horrible espanto que conmociona al hombre cuando,
de repente, en las formas de conocimiento del
fenómeno ya no sabe a qué atenerse
mientras el principio de razón parece que
sufre, en una cualquiera de sus configuraciones,
una excepción. Si a este espanto le añadimos
el éxtasis lleno de delicias que, en la
misma ruptura del principium individuationis se
eleva desde el fondo más íntimo
del hombre y de la misma naturaleza, entonces
tendremos una visión de la esencia de lo
dionisíaco, a la cual la analogía
de la embriaguez es la que nos la pone más
a nuestro alcance. Aquellas agitaciones dionisíacas,
en cuya intensificación lo subjetivo desaparece
hasta el autoolvido completo, se despiertan bien
por el influjo de la bebida narcótica,
de la que haban en himnos todos los hombres y
pueblos originarios, o bien en la poderosa inminencia
de la primavera, que con placer se infiltra por
toda la naturaleza. También en la Edad
Media alemana, y hallándose bajo esa misma
violencia dionisíaca, multitudes cada vez
mayores iban dando vueltas de un sitio a otro,
cantando y bailando: en estos danzante de San
Juan y de San Vito reconocemos nosotros los coros
báquicos de los griegos, con su prehistoria
en Asia Menor, remontándose hasta Babilonia
y los orgiásticos saceos. Hay hombres que,
por falta de experiencia o por estupidez, se apartan
de tales fenómenos como de “enfermedades
del pueblo”, ridiculizándolos o lamentándolos
desde el sentimiento de su propia salud: los pobres
no sospechan, desde luego, qué cadavérico
y fantasmagórico es el aspecto que tiene
precisamente esa “salud” suya cuando
pasa junto a ellos en plena efervescencia la vida
ardiente de los entusiastas dionisíacos.
Bajo la magia de lo dionisiaco no sólo
se remueva la alianza entre los humanos: también
la naturaleza alienada, hostil o subyugada celebra
de nuevo su fiesta de reconciliación con
su hijo perdido, el hombre. De manera voluntaria
ofrece la tierra sus dones y pacíficamente
se acercan las fieras de las rocas y del desierto.
El carro de Dionisos está cubierto de flores
y guirnaldas: bajo su yugo la pantera y el tigre
caminan paso a paso. Transfórmese el “Canto
a la Alegría” de Beethoven en una
pintura y no se quede nadie atrás con su
imaginación cuando millones se postran
en el polvo llenos de escalofríos: de esta
manera podremos acercarnos a lo dionisíaco.
Ahora el esclavo es hombre libre, ahora se rompen,
todas las rígidas, hostiles delimitaciones
que la necesidad, la arbitrariedad o la “moda
atrevida” han establecido entre los hombres.
Ahora, en el evangelio de la armonía de
los mundos, cada cual se siente no sólo
unido, reconciliado, fundido con su prójimo,
sino hecho uno con él, como si el velo
de Maya estuviera roto y tan sólo revolotease
en jirones ante lo misterioso Uno-primordial.
Cantado y bailando se exterioriza el hombre como
miembro de una comunidad superior: ha desaprendido
a andar y a hablar y está en camino de
alzar el vuelo por los aires bailando. En sus
gestos habla la transformación mágica.
Así como ahora los animales hablan y la
tierra da leche y miel, así también
en él resuena algo sobrenatural: se siente
dios, él mismo ahora anda tan extático
y erguido como veía en sueños que
andaban los dioses. El hombre ya no es artista,
se ha convertido en su obra de arte: la violencia
artística de la naturaleza entera se revela
aquí bajo los escalofríos de la
embriaguez para la suma satisfacción deliciosa
de lo Uno-primordial. La arcilla más noble,
el mármol más preciado son aquí
amasado y tallados, el ser humano, y a los golpes
de cincel del artista dionisíaco de los
mundos resuena la llamada de los misterios elusinos:
“¿Caéis postrados, millones?,
¿presientes tú al creador?"
Friedrich
Nietzsche. El origen de la tragedia.
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