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Obras
completas de Platón
Patricio de Azcárate
Ion
o de la Poesía
-Sócrates
-Ion
de Efeso
-Sócrates
¡Júpiter te salve! Ion.{1} ¿De
dónde vienes hoy? ¿De tu casa de
Efeso?
-Ion
Nada de eso, Sócrates; vengo de Epidauro
y de los juegos de Esculapio.
Sócrates
¿Los de Epidauro han instituido en honor
de su Dios un combate de rapsodistas?
Ion
Así es, y de todas las demás partes
de la música.
Sócrates
Y bien, ¿has diputado el premio? ¿cómo
has salido?
Ion
He conseguido el primer premio, Sócrates.
[188]
Sócrates
Me alegro y animo, porque es preciso tratar de
salir vencedor también en las fiestas Panateneas.
Ion
Así lo espero, si Dios quiere.
Sócrates
Muchas veces, mi querido Ion, os he tenido envidia
a los que sois rapsodistas, a causa de vuestra
profesión. Es, en efecto, materia de envidia
la ventaja que ofrece el veros aparecer siempre
ricamente vestidos en los más espléndidos
saraos, y al mismo tiempo el veros precisados
a hacer un estudio continuo de una multitud de
excelentes poetas, principalmente de Homero, el
más grande y más divino de todos,
y no sólo aprender los versos, sino también
penetrar su sentido. Porque jamás será
buen rapsodista el que no tenga conocimiento de
las palabras del poeta, puesto que para los que
le escuchan, es el intérprete del pensamiento
de aquél; función que le es imposible
desempeñar, si no sabe lo que el poeta
ha querido decir. Y, todo esto es muy de envidiar.
Ion
Dices verdad, Sócrates. Es la parte de
mi arte que me ha costado más trabajo,
pero me lisonjeo de explicar a Homero mejor que
nadie. Ni Metrodoro de Lampsaco, ni Stesimbroto
de Taso, ni Glaucón, ni ninguno de cuantos
han existido hasta ahora, está en posición
de decir sobre Homero tanto, ni cosas tan bellas,
como yo.
Sócrates
Me encantas, Ion, tanto más, cuanto que
no podrás rehusarme el demostrar tu ciencia.
Ion
Verdaderamente, Sócrates, merecen bien
ser escuchados los comentarios que he sabido dar
a Homero, y creo merecer de los partidarios de
este poeta el que coloquen sobre mi cabeza una
corona de oro. [189]
Sócrates
Me congratularé de que se me presente ocasión
más adelante para escucharte; pero en este
momento sólo quiero que me digas si tu
habilidad se limita a la inteligencia de Homero,
o si se extiende igualmente a la de Hesíodo
y Arquíloco.
Ion
De ninguna manera; yo me he limitado a Homero,
y me parece que basta.
Sócrates
¿No hay ciertos asuntos sobre los que Homero
y Hesíodo dicen las mismas cosas?
Ion
Yo pienso que sí y en muchas ocasiones.
Sócrates
¿Podrías tú explicar mejor
lo que dice Homero sobre estos objetos que lo
que dice Hesíodo?
Ion
Los explicaría perfectamente en todos aquellos
puntos en que hablan de las mismas cosas.
Sócrates
¿Y en aquellos que no dicen las mismas
cosas? Por ejemplo, Homero y Hesíodo ¿no
hablan del arte divinatorio?
Ion
Seguramente.
Sócrates
¡Y qué! ¿estarás tú
en estado de explicar mejor que un buen adivino
lo que estos dos poetas han dicho de una manera
igual o de una manera diferente sobre el arte
divinatorio?
Ion
No.
Sócrates
Pero si fueses adivino, ¿no es cierto que
si podías [190] explicar los pasajes en
que están de acuerdo, en igual forma podrías
explicar aquellos en que están en desacuerdo?
Ion
Eso es evidente.
Sócrates
¿Por qué razón estás
versado en las obras de Homero y no lo estás
en las de Hesiodo, ni en las de los demás
poetas? ¿Homero trata de distintos objetos
que todos los demás poetas? ¿No
habla principalmente de la guerra, de las relaciones
que tienen entre sí los hombres, sean buenos
o malos, sean particulares u hombres públicos,
de la manera que los dioses conversan entre sí
y con los hombres, de lo que pasa en el cielo
y en los infiernos, de la genealogía de
los dioses y de los héroes? ¿No
es esta la materia que constituye las poesías
de Homero?
Ion
Tienes razón, Sócrates.
Sócrates
¡Pero qué! ¿los demás
poetas no tratan las mismas cosas?
Ion
Sí, Sócrates, pero no como Homero.
Sócrates
¿Por qué? ¿hablan peor?
Ion
Sin comparación.
Sócrates
¿Y Homero habla mejor?
Ion
Sí, ciertamente.
Sócrates
Pero, mi querido Ion, cuando muchas personas hablan
sobre números, y una entre ellas habla
excelentemente, ¿no reconocerá alguno
de los demás que efectivamente habla bien?
[191]
Ion
Sin contradicción.
Sócrates
Y esa misma persona será la que reconozca
a los que hablan mal: ¿o será otra
distinta?
Ion
La misma seguramente.
Sócrates
Y esa persona, ¿no será la que sabe
el arte de contar?
Ion
Sí.
Sócrates
Y cuando muchas personas hablan de alimentos buenos
para la salud y hay entre ellas una que habla
perfectamente, ¿serán dos personas
diferentes las que distingan, la una al que habla
bien, y la otra al que habla mal, o bien será
una misma persona?
Ion
Es claro que será la misma.
Sócrates
¿Quién es? ¿cómo se
llama?
Ion
El médico.
Sócrates
En suma, cuando se habla de unos mismos objetos,
será siempre el mismo hombre el que dará
cuenta de los que hablan bien y de los que hablan
mal; y es evidente que si no distingue el que
habla mal, no distinguirá tampoco el que
habla bien; se entiende respecto al mismo objeto.
Ion
Convengo en ello.
Sócrates
El mismo hombre, por consiguiente, está
en estado de juzgar lo uno y lo otro. [192]
Ion
Sí.
Sócrates
¿No dices que Homero y los otros poetas,
entre quienes se cuentan Hesiodo y Arquiloco,
tratan de los mismos objetos, pero no de la misma
manera, y que Homero habla bien y los otros menos
bien?
Ion
Sí, y nada he dicho que no sea verdadero.
Sócrates
Si, pues, conoces tú al que habla bien,
debes conocer igualmente a los que hablan mal.
Ion
Así parece.
Sócrates
Así, mi querido Ion, no podemos engañarnos,
si decimos que Ion está versado en el conocimiento
de Homero igualmente que en el de los demás
poetas, puesto que confiesa que un mismo hombre
es juez competente de todos los que hablan de
los mismos objetos, y que todos los poetas tratan
poco más o menos las mismas cosas.
Ion
Pero entonces, Sócrates, ¿me dirás
por qué, cuando se me habla de cualquiera
otro poeta, no puedo fijar la atención,
ni puedo decir nada que valga la pena, y en realidad
me considero como dormido? Por el contrario, cuando
se me cita a Homero, despierto en el acto, presto
la mayor atención, y las ideas se me presentan
profusamente.
Sócrates
No es difícil, mi querido amigo, adivinar
la razón. Es evidente, que tú no
eres capaz de hablar sobre Homero, ni por el arte,
ni por la ciencia. Porque si pudieses hablar por
el arte, estarías en estado de hacer lo
mismo respecto todos los demás poetas.
En efecto, la poesía es un solo y mismo
arte, que se llama poética; ¿no
es así? [193]
Ion
Sí.
Sócrates
¿No es cierto, que cuando se abraza un
arte en toda su extensión, una misma crítica
sirve para juzgar de todas las demás artes?
¿Quieres, Ion, que te explique cómo
entiendo esto?
Ion
Con el mayor placer, Sócrates; gusto mucho
en oíros, porque es oír a un sabio.
Sócrates
Quisiera mucho que dijeras verdad, Ion; pero ese
título de sabio sólo pertenece a
vosotros los rapsodistas, a los actores y a aquellos
cuyos versos cantáis. Con respecto a mí,
no sé más que decir sencillamente
la verdad, cual conviene a un hombre de poco talento.
Júzgalo por la pregunta que te acabo de
hacer, y ya ves que es trivial y común,
como que lo que he dicho está al alcance
de cualquiera, esto es, que la crítica
es la misma en cualquier arte que se considere,
con tal que sea uno. Tomemos un ejemplo. La pintura
en su conjunto ¿no es un solo y mismo arte?
Ion
Sí.
Sócrates
¿No hay y ha habido gran número
de pintores buenos y malos?
Ion
Seguramente.
Sócrates
¿Has visto tú alguno que, siendo
capaz de discernir lo bien o mal pintado en los
cuadros de Polignoto,{2} hijo [194] de Aglaofon,
no pueda hacer lo mismo respecto a los otros pintores?
¿Que cuando se le presentan las obras de
éstos se duerma, se vea embarazado, y no
sepa qué juicio formar? ¿Mientras
que cuando se trata de dar su dictamen sobre los
cuadros de Polignoto o de cualquiera otro pintor
particular que sea de su agrado, se despierte,
preste su atención, y se explique con la
mayor facilidad?
Ion
No ciertamente, yo no le he visto.
Sócrates
¡Pero qué! en materia de escultura
¿has visto alguno que esté en actitud
de decidir sobre el mérito de las obras
de Dédalo, hijo de Melitón, o de
Epeas, hijo de Panope, o de Teodoro de Samos,
o de cualquiera otro estatuario, y que se vea
dormido, embarazado y sin saber qué decir
de las obras de los demás escultores?
Ion
No, ¡por Júpiter! no he visto a nadie
en este caso.
Sócrates
No has visto, me figuro, a nadie, sea con relación
al arte de tocar la flauta o el laúd, o
de acompañar con el laúd al canto,
o sea con relación a la rapsodia, que esté
en estado de pronunciar su juicio sobre el mérito
de Olimpo de Tamiras, de Orfeo y de Femius, el
rapsodista de Itaca, y que tratándose de
juzgar del mérito de Ion de Efeso, se viese
en el mayor embarazo, y se considerase incapaz
de decidir, en qué es bueno o mal rapsodista.
Ion
Nada tengo que oponer a lo que dices, Sócrates.
Sin embargo, puedo asegurar, que soy yo, entre
todos los hombres, el que habla mejor y con más
facilidad sobre Homero, y que cuantos me escuchan
convienen en lo bien que hablo, mientras que nada
puedo decir sobre los demás poetas. Dime,
yo te lo suplico, de dónde puede proceder
esto. [195]
Sócrates
Eso es lo que quiero examinar, y quiero exponerte
mi pensamiento. Ese talento, que tienes, de hablar
bien sobre Homero, no es en ti un efecto del arte,
como decía antes, sino que es no sé
qué virtud divina que te transporta, virtud
semejante a la piedra que Eurípides ha
llamado magnética, y que los más
llaman piedra de Heráclea. Esta piedra,
no sólo atrae los anillos de hierro, sino
que les comunica la virtud de producir el mismo
efecto y de atraer otros anillos, de suerte que
se ve algunas veces una larga cadena de trozos
de hierro y de anillos suspendidos los unos de
los otros, y todos estos anillos sacan su virtud
de esta piedra. En igual forma, la musa inspira
a los poetas, éstos comunican a otros su
entusiasmo, y se forma una cadena de inspirados.
No es mediante el arte, sino por el entusiasmo
y la inspiración, que los buenos poetas
épicos componen sus bellos poemas. Lo mismo
sucede con los poetas líricos. Semejantes
a los coribantes, que no danzan sino cuando están
fuera de sí mismos, los poetas no están
con la sangre fría cuando componen sus
preciosas odas, sino que desde el momento en que
toman el tono de la armonía y el ritmo,
entran en furor, y se ven arrastrados por un entusiasmo
igual al de las bacantes, que en sus movimientos
y embriaguez sacan de los ríos leche y
miel, y cesan de sacarlas en el momento en que
cesa su delirio. Así es, que el alma de
los poetas líricos hace realmente lo que
estos se alaban de practicar. Nos dicen que, semejantes
a las abejas, vuelan aquí y allá
por los jardines y vergeles de las musas, y que
recogen y extraen de las fuentes de miel los versos
que nos cantan. En esto dicen la verdad, porque
el poeta es un ser alado, ligero y sagrado, incapaz
de producir mientras el entusiasmo no le arrastra
y le hace salir de sí mismo. Hasta el momento
de la inspiración, todo hombre es impotente
para hacer versos y pronunciar oráculos.
Como los poetas no [196] componen merced al arte,
sino por una inspiración divina, y dicen
sobre diversos objetos muchas cosas y muy bellas,
tales como las que tú dices sobre Homero,
cada uno de ellos sólo puede sobresalir
en la clase de composición a que le arrastra
la musa. Uno sobresale en el ditirambo, otro en
los elogios, éste en las canciones destinadas
al baile, aquél en los versos épicos,
y otro en los yambos, y todos son medianos fuera
del género de su inspiración, porque
es ésta y no el arte la que preside a su
trabajo. En efecto, si supiesen hablar bien, gracias
al arte, en un sólo género, sabrían
igualmente hablar bien de todos los demás.
El objeto que Dios se propone al privarles del
sentido, y servirse de ellos como ministros, a
manera de los profetas y otros adivinos inspirados,
es que, al oírles nosotros, tengamos entendido
que no son ellos los que dicen cosas tan maravillosas,
puesto que están fuera de su buen sentido,
sino que son los órganos de la divinidad
que nos habla por su boca. Tinnicos de Calcide
es una prueba bien patente de ello. No tenemos
de él más pieza en verso, que sea
digna de tenerse en cuenta, que su Pean{3} que
todo el mundo canta, la oda más preciosa
que se ha hecho jamás, y que, como dice
él mismo, es realmente una producción
de las musas. Me parece, que la divinidad nos
ha dejado ver en él un ejemplo patente,
para que no nos quede la más pequeña
duda de que si bien estos bellos poemas son humanos
y hechos por la mano del hombre, son, sin embargo,
divinos y obra de los dioses, y que los poetas
no son más que sus intérpretes,
cualquiera que sea el Dios que los posea. Para
hacernos conocer esta verdad, el Dios ha querido
cantar con toda intención la oda más
bella del mundo por boca del poeta más
mediano. ¿No crees tú que tengo
razón? mi querido Ion. [197]
Ion
Sí, ¡por Júpiter! tus discursos,
Sócrates, causan en mi alma una profunda
impresión, y me parece que los poetas,
por un favor divino, son para con nosotros los
intérpretes de los dioses.
Sócrates
Y vosotros los rapsodistas ¿no sois los
intérpretes de los poetas?
Ion
También es cierto.
Sócrates
Luego sois vosotros los intérpretes de
los intérpretes.
Ion
Sin contradicción.
Sócrates
Vamos, respóndeme Ion, y no me ocultes
nada de lo que te voy a preguntar. Cuando recitas,
como conviene, ciertos versos heroicos, y conmueves
el alma de los espectadores, ya cantando a Ulises
en el momento en que lanzándose al umbral
de su palacio, se da a conocer a los amantes de
Penélope y derrama a sus pies una multitud
de flechas{4} o ya a Aquiles arrojándose
sobre Héctor{5} o cualquiera otro pasaje
conmovedor de Andrómaca, de Hécuba,
o de Priamo,{6} ¿te dominas, o estás
fuera de tí mismo? llena tu alma de entusiasmo,
¿no te imaginas estar presente a las acciones
que recitas, y que te encuentras en Itaca o delante
de Troya, en una palabra, en el lugar mismo donde
pasa la escena?
Ion
¡La prueba que me pones a la vista es patente,
Sócrates! Porque si he de hablarte con
franqueza, te aseguro, que [198] cuando declamo
algún pasaje patético, mis ojos
se llenan de lágrimas, y que cuando recito
algún trozo terrible o violento, se me
erizan los cabellos y palpita mi corazón.
Sócrates
¡Pero qué! Ion. ¿Diremos que
un hombre está en su sano juicio, cuando,
vestido con un traje de diversos colores y llevando
una corona de oro, llora en medio de los sacrificios
y de las fiestas, aunque no haya perdido ninguno
de sus adornos, o cuando, en compañía
de más de veinte mil amigos, se le ve sobrecogido
de terror, a pesar de no despojarle ni hacerle
nadie ningún daño?
Ion
No ciertamente, Sócrates, puesto que es
preciso decirte la verdad.
Sócrates
¿Sabes tú, si trasmitís los
mismos sentimientos al alma de vuestros espectadores?
Ion
Lo sé muy bien. Desde la tribuna, donde
estoy colocado, los veo habitualmente llorar,
dirigir miradas amenazadoras, y temblar como yo
con la narración de lo que oyen. Y necesito
estar muy atento a los movimientos que en ellos
se producen, porque si los hago llorar, yo me
reiré y cogeré el dinero; mientras
que si los hago reír, yo lloraré
y perderé el dinero que esperaba.
Sócrates
¿Ves ahora cómo el espectador es
el último de estos anillos, que como yo
decía, reciben los unos de los otros la
virtud que les comunica la piedra de Heráclea?
El rapsodista, tal como tú, el actor, es
el anillo intermedio, y el primer anillo es el
poeta mismo. Por medio de estos anillos el Dios
atrae el alma de los hombres, por donde quiere,
haciendo pasar su virtud de los unos a los otros,
y lo mismo que sucede con la piedra imán,
está pendiente de él una larga cadena
de coristas, de maestros de capilla [199] de sub-maestros,
ligados por los lados a los anillos que van directamente
a la musa. Un poeta está ligado a una musa,
otro poeta a otra musa, y nosotros decimos a esto
estar poseído, dominado, puesto que el
poeta no es sui juris, sino que pertenece a la
musa. A estos primeros anillos, quiero decir,
a los poetas, están ligados otros anillos,
los unos a éste, los otros a aquel, e influidos
todos por diferentes entusiasmos. Unos se sienten
poseídos por Orfeo, otros por Museo, la
mayor parte por Homero. Tú eres de estos
últimos, Ion, y Homero te posee. Cuando
se cantan en tu presencia los versos de algún
otro poeta, tú te haces el soñoliento,
y tu espíritu no te suministra nada; pero
cuando se te recita algún pasaje de este
poeta, despiertas en el momento, tu alma entra,
por decirlo así, en movimiento, y te ocurre
abundantemente de qué hablar. Porque no
es en virtud del arte, ni de la ciencia, el hablar
tú de Homero como lo haces, sino por una
inspiración y una posesión divinas.
Y lo mismo que los coribantes no sienten ninguna
otra melodía que la del Dios que los posee,
ni olvidan las figuras y palabras que corresponden
e este arte, sin fijar su atención en todos
los demás, de la misma manera tú,
Ion, cuando se hace mención de Homero,
apareces sumamente afluyente, mientras que permaneces
mudo tratándose de los demás poetas.
Me preguntas cuál es la causa de esta facilidad
de hablar cuando se trata de Homero, y de esta
infecundidad cuando se trata de los demás,
y es que el talento, que tienes para alabar a
Homero, no es en tí efecto del arte, sino
de una inspiración divina.
Ion
Muy bien dicho, Sócrates. Sin embargo,
sería para mí una sorpresa, si tus
razones fuesen bastante poderosas para persuadirme
de que cuando hago el elogio de Homero, estoy
poseído y fuera de mí mismo. Creo
que tú mismo no lo creerías, si
me oyeses discurrir sobre este poeta. [200]
Sócrates
Pues bien, quiero escucharte; pero antes responde
a esta pregunta. Entre tantas cosas como Homero
trata, ¿sobre cuáles hablas tú
bien? Porque sin duda tú no puedes hablar
bien sobre todas.
Ion
Vive seguro, Sócrates, de que no hay una
sola de la que no esté en estado de hablar
bien.
Sócrates
Probablemente no de las cosas que tú ignoras,
y que Homero trata.
Ion
¿Cuáles son las cosas que Homero
trata y yo ignore?
Sócrates
¿Homero no habla de las artes en muchos
parajes y muy detenidamente? Por ejemplo, ¿el
arte de conducir un carro? Si pudiera recordar
los versos, te los diría.
Ion
Yo los sé; voy a decírtelos.
Sócrates
Recítame, pues, las palabras de Néstor
a su hijo Antícolo, cuando le da consejos
sobre las precauciones que debe tomar para evitar
el tocar a la meta en la carrera de carros, en
los funerales de Patroclo.
Ion
Inclínate, le dice, bien preparado, sobre
tu carro a la izquierda; al mismo tiempo con el
látigo y la voz apura al caballo de la
derecha, flojándole las riendas; haz que
el caballo de la izquierda se aproxime a la meta,
de manera que el cubo de la rueda, hecho con arte,
parezca tocar en ella, y que sin embargo evite
tropezarla.{7}
Sócrates
Basta. ¿Quién juzgará mejor,
Ion, si Homero habla [201] bien o mal en estos
versos, un médico o un cochero?
Ion
El cochero sin duda.
Sócrates
¿Es porque conoce el arte que corresponde
a todas estas cosas o por otra razón?
Ion
No, sino porque conoce este arte.
Sócrates
Dios ha atribuido a cada arte la facultad de juzgar
sobre las materias que a cada uno correspondan,
porque no juzgamos mediante la medicina las mismas
cosas que conocemos por el pilotaje.
Ion
Verdaderamente no.
Sócrates
Ni por el arte de carpintería lo que conocemos
por la medicina.
Ion
De ninguna manera.
Sócrates
¿No sucede lo mismo con todas las demás
artes? Lo que nos es conocido por la una, no nos
es conocido por la otra. Pero antes de responder
a esto, dime: ¿no reconoces que las artes
difieren unas de otras?
Ion
Sí.
Sócrates
En cuanto puede conjeturarse, digo, que una es
diferente de otra, porque esta es la ciencia de
un objeto y aquella de otro. ¿Piensas tú
lo mismo?
Ion
Sí.
Sócrates
Porque si fuese la ciencia de los mismos objetos,
¿qué [202] razón tendríamos
para hacer diferencia entre un arte y otro arte,
puesto que ambos conducían al conocimiento
de las mismas cosas? Por ejemplo, yo sé
que estos son cinco dedos, y tú lo sabes
como yo. Si yo te preguntase, si lo sabemos ambos
por la aritmética, o lo sabemos tú
por un arte y yo por otro, dirías sin dudar
que por un mismo arte, la aritmética.
Ion
Sí.
Sócrates
Responde ahora a la pregunta que estaba a punto
de hacerte antes, y dime, si crees, con relación
a todas las artes sin excepción, que es
necesario que el mismo arte nos haga conocer los
mismos objetos, y otro arte objetos diferentes.
Ion
Así me parece.
Sócrates
Por consiguiente, el que no posee un arte, no
está en estado de juzgar bien de lo que
se dice o se hace en virtud de este arte.
Ion
Dices verdad.
Sócrates
Con relación a los versos que acabas de
citar, ¿juzgarás tú mejor
que el cochero, si Homero habla bien o mal?
Ion
El cochero juzgará mejor.
Sócrates
Porque tú eres rapsodista y no eres cochero.
Ion
Sí.
Sócrates
¿El arte del rapsodista es distinto que
el del cochero? [203]
Ion
Sí.
Sócrates
Puesto que es distinto, tiene que ser la ciencia
de otros objetos.
Ion
Sí.
Sócrates
¡Pero qué! cuando Homero dice, que
Hecamedes, concubina de Néstor, dio a Macaon,
que estaba herido, un brebaje y se expresa así:{8}
«lo echó en vino de Pramnea, sobre
el que raspó queso de cabra con un cuchillo
de metal, y mezcló con ello cebolla para
excitar la sed,» ¿pertenece al médico
o al rapsodista juzgar si Homero habló
bien o mal?
Ion
A la medicina.
Sócrates
Y cuando Homero dice:{9} «Ella se lanzó
en el abismo, como el plomo que, atado al asta
de un buey salvaje, se precipita en el fondo de
las aguas, llevando la muerte a los peces voraces,»
¿diremos que corresponde al pescador, más
bien que al rapsodista, el calificar estos versos,
y si lo que expresan está bien o mal hecho?
Ion
Es evidente, Sócrates, que esto corresponde
al arte del pescador.
Sócrates
Mira ahora si tú me presentarías
la cuestión siguiente: Sócrates,
puesto que encuentras en Homero los objetos, cuyo
juicio pertenece a cada uno de estos diferentes
artes, busca en igual forma en este poeta los
objetos que [204] pertenecen a los adivinos y
al arte adivinatorio, y dime si Homero se ha expresado
bien o mal en sus poesías en este punto.
Ve ahora con qué facilidad y con qué
verdad yo te respondería. Homero habla
de estos objetos en muchos pasajes de su Odisea,
por ejemplo, en aquel en que el divino Teoclimenes,
nacido de la raza de Melampe, dirige estas palabras
a los amantes de Penélope:{10} «¡Desgraciados,
cuán horrible suerte os espera! vuestras
cabezas, vuestras fisonomías, vuestros
miembros, se verán rodeados de tinieblas.
Oigo vuestros gemidos incesantes, y veo vuestras
mejillas anegadas en lágrimas. El vestíbulo
y atrio del palacio están llenos de fantasmas
que se precipitan al Tártaro en medio de
las sombras. El sol ha desaparecido del firmamento,
y una fatídica nube cubre el universo.»
Homero en muchos pasajes habla de esta manera,
como cuando describe el ataque del campamento
de los griegos, donde se leen estos versos:{11}
«En el momento de ir a salvar el foso, un
ave apareció a la izquierda del ejército;
era un águila de remontado vuelo, que llevaba
en sus garras una enorme serpiente ensangrentada,
aún viva y palpitante, que hacía
esfuerzos para defenderse. Habiéndose inclinado
hacia atrás, hirió cerca del cuello
el pecho del águila, obligando a ésta
a soltarla a causa de la violencia del dolor,
y dejándola caer en medio de los soldados,
voló, por el espacio, a placer de los vientos,
dando terribles quejidos.» Estos, te diría,
y otros semejantes, son los pasajes cuyo examen
y juicio pertenecen al adivino.
Ion
En eso no dirías más que la verdad.
Sócrates
Tu respuesta no es menos verdadera, Ion. Lo mismo
[205] que te he señalado en la Odisea y
en la Iliada pasajes que pertenecen, unos al adivino,
otros al médico, otros al pescador, desígname
tú ahora, Ion, tú que conoces mejor
que yo a Homero, los pasajes que son del resorte
de la rapsodia, y que te corresponde examinar
y juzgar con preferencia á los demás
hombres.
Ion
Te respondo, Sócrates, que todos son de
la competencia del rapsodista.
Sócrates
Pero eso no lo decías hace poco. ¿Cómo
tienes tan mala memoria? No es propio de un rapsodista
ser tan olvidadizo.
Ion
¿Pues qué es lo que yo he olvidado?
Sócrates
¿No te acuerdas haber dicho que el arte
del rapsodista es distinto que el del cochero?
Ion
Sí, me acuerdo.
Sócrates
¿No has confesado que, siendo distinto,
tiene que conocer de otros objetos?
Ion
Sí.
Sócrates
El arte del rapsodista, según lo que tú
dices, no conocerá todas las cosas, como
no las conocerá el rapsodista.
Ion
Quizá es preciso exceptuar esta clase de
objetos, Sócrates.
Sócrates
Pero tú entiendes por esta clase de objetos
todo lo que pertenece a las otras artes. Por consiguiente,
[206] ¿qué objetos habrás
de conocer tú como rapsodista, puesto que
no puedes conocerlos todos?
Ion
Conoceré, creo yo, los discursos que se
ponen en boca del hombre y de la mujer, de los
esclavos y de las personas libres, de los que
obedecen y de los que mandan.
Sócrates
¿Quieres decir que el rapsodista sabrá
mejor que el piloto de qué manera debe
hablar el que manda una nave batida por la tempestad?
Ion
No; para esto será mejor el piloto.
Sócrates
¿El rapsodista sabrá mejor que el
médico los discursos de que habrán
de valerse los que dirigen a enfermos?
Ion
No, lo confieso.
Sócrates
¿Quieres hablar de los discursos que convienen
a un esclavo?
Ion
Sí.
Sócrates
Por ejemplo, ¿pretendes que el rapsodista,
y no el vaquero, sabrá lo que es preciso
decir para amansar las bestias cuando están
irritadas?
Ion
No.
Sócrates
¿Y sabrá mejor que un trabajador
en lana lo tocante a su trabajo?
Ion
No. [207]
Sócrates
¿Sabrá mejor los discursos de que
un general debe valerse para inspirar ánimo
a sus soldados?
Ion
Sí, he aquí lo que el rapsodista
debe conocer.
Sócrates
¡Pero qué! ¿el arte del rapsodista
es el mismo que el arte de la guerra?
Ion
Por lo menos yo sé muy bien cómo
debe hablar un general de ejército.
Sócrates
Quizá, Ion, estás versado en el
arte de mandar la tropa. En efecto, si fueses
a la vez buen picador y buen tocador de laúd,
distinguirías los caballos que tienen buena
o mala marcha. Pero si yo te preguntase mediante
qué arte conoces los caballos que marchan
bien, si por tu cualidad de picador o por la de
tocador de laúd, ¿qué me
responderías?
Ion
Te respondería que como picador.
Sócrates
En igual forma, si conocieses los que tocan bien
el laúd, ¿no confesarías
que este discernimiento le hacías como
tocador de laúd y no como picador?
Ion
Sí.
Sócrates
Pues bien, puesto que entiendes el arte militar,
¿tienes este conocimiento como hombre de
guerra o como buen rapsodista?
Ion
Importa poco, a mi parecer, en qué concepto.
Sócrates
¿Cómo dices que importa poco? El
arte del rapsodista [208] es el mismo, a juicio
tuyo, que el arte de la guerra, o son dos artes
diferentes?
Ion
Yo creo que es el mismo arte.
Sócrates
De manera, que el que es buen rapsodista ¿es
también buen general de ejército?
Ion
Sí, Sócrates
Sócrates
Por esta razón, ¿el que es buen
general de ejército es igualmente buen
rapsodista?
Ion
Por la misma razón no lo creo.
Sócrates
Por lo menos crees que un excelente rapsodista
es igualmente un excelente capitán.
Ion
Seguramente.
Sócrates
¿Y no eres tú el mejor rapsodista
de toda la Grecia?
Ion
Sin comparación, Sócrates
Sócrates
Por consiguiente, tú, Ion, ¿eres
el capitán más grande de toda la
Grecia?
Ion
Yo te lo garantizo, Sócrates; he aprendido
el oficio en Homero.
Sócrates
En nombre de los dioses, Ion, ¿cómo,
siendo tú el mejor capitán y el
mejor rapsodista de la Grecia, andas de ciudad
en ciudad recitando versos y no estás al
frente de los ejércitos? ¿Piensas
que los griegos tienen gran [209] necesidad de
un rapsodista con su corona de oro, y que para
nada necesitan un general?
Ion
Nuestra ciudad, Sócrates, está sometida
a vuestra dominación; vosotros mandáis
nuestras tropas y no necesitamos de ningún
general. En cuanto a vuestra ciudad y a la de
Lacedemonia, no me elegirán para conducir
sus ejércitos, porque os creéis
vosotros con capacidad para hacerlo.
Sócrates
Mi querido Ion, ¿no conoces a Apolodoro
de Cinica?
Ion
¿Quién es?
Sócrates
El que los atenienses han puesto muchas veces
a la cabeza de sus tropas, aunque extranjero;
¿y a Fanostenes de Andros y Heráclides
de Clazomenes que nuestra república ha
elevado al grado de generales y a los primeros
puestos a pesar de ser extranjeros, porque han
dado pruebas de su mérito? ¿Y no
escogerá para mandar sus ejércitos
y no colmará de honores a Ion de Efeso,
si le considera digno de ello? ¡Pues qué!
vosotros los efesienses ¿no sois atenienses
de origen, y Efeso no es una ciudad que no cede
en nada a ninguna otra? Si dices la verdad, Ion;
si es al arte y a la ciencia a lo que debes tu
buena inteligencia de Homero, entonces obras mal
conmigo, porque después de haberte alabado
por las bellezas que sabes de Homero y haberme
prometido que me harías partícipe
de ellas, veo ahora que me engañas, porque
no sólo no me haces partícipe, sino
que tampoco quieres decirme cuáles son
esos conocimientos en que sobresales, por más
que te he apurado; y, semejante a Proteo, giras
en todos sentidos, tomas toda clase de formas,
y para librarte de mí, concluyes por trasformarte
en general, para que yo no pueda ver a qué
punto llega tu habilidad en la [210] inteligencia
de Homero. Por último, si es al arte al
que debes esta habilidad y comprometido como estás
a mostrármela, faltas a tu palabra, entonces
tu procedimiento es injusto. Si por el contrario,
no al arte sino a una inspiración divina
se debe el que digas tan bellas cosas sobre Homero,
por estar tú poseído y sin ninguna
ciencia, como te dije antes, en este caso no tengo
motivo para quejarme de tí. Por lo tanto
mira si quieres pasar a mis ojos por un hombre
injusto o por un hombre divino.
Ion
La diferencia es grande, Sócrates; es mucho
mejor pasar por un hombre divino.
Sócrates
En este caso, Ion, te conferimos precioso título
de celebrar a Homero por inspiración divina
y no en virtud del arte.
———
{1} Los rapsodistas fueron, entre los griegos,
los primeros depositarios de las obras de los
grandes poetas Hesíodo, Homero, Arquíloco
y miraban como una profesión formal el
popularizar sus versos. Tenían concurso
cada cinco años en Epidauro, donde había
un templo consagrado a Esculapio.
{2} Era de la isla de Tasos. Los frescos célebres
que pintó en Delfos hacia el año
395 antes de J. C. llamaban la atención
por el dibujo y por la expresión de los
semblantes.
{3} Oda en honor de Apolo
{4} Homero, Odisea, XXII.
{5} Homero, Iliada, XXII, 311.
{6} Homero, Iliada, 405, 430, 431, 515.
{7} Iliada, XXIII, 335.
{8} Iliada, XI, 639.
{9} Iliada, XXIV, 80.
{10} Odisea, XX, 351.
{11} Iliada, XII, 200.Proyecto Filosofía
en español
Reconocemos el esfuerzo en su
trabajo y generosidad por su publicación
www.filosofia.org
Patricio de Azcárate · Obras completas
de Platón
Madrid 1871, tomo 2, páginas 187-210
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