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-Hesíodo
Los trabajos y los días
Musas que ilustráis con vuestros cantos,
venid de la Pieria, y loando a vuestro Padre Zeus,
decid cómo los hombres mortales son desconocidos
o célebres, irreprochables o cubiertos
de oprobio, por la voluntad del gran Zeus. Porque
eleva y derriba fácilmente, abate con facilidad
al hombre poderoso y fortalece al débil,
castiga al malo y humilla al soberbio, Zeus que
truena en las alturas y habita las moradas superiores.
¡Escucha, oh hombre que oyes y ves todo,
y conforma nuestros juicios a tu justicia! Por
lo que a mí respecte, procuraré
decir a Perses unas cuantas verdades. No hay una
causa única de disensión, sino que
hay dos sobre la tierra: la una digna de las alabanzas
del sabio, la otra censurable. Obran en sentido
diferente. Una es funesta; excita la guerra lamentable
y la discordia, y ningún mortal la ama;
pero todos le están sometidos necesariamente
por la voluntad de los Inmortales. En cuanto a
la otra, la oscura Nix la parió la primera,
y el alto Cronida que habita en el eter la situó
bajo las raíces de la tierra para que fuese
mejor con los hombres, pues excita al perezoso
al trabajo. En efecto, si un hombre ocioso mira
a un rico, se apresura a labrar, a plantar, a
gobernar bien su casa. El vecino excita la emulación
del vecino, que se apresura a enriquecerse, y
esta envidia es buena para los hombres. Con él,
el alfarero envidia al alfarero, el obrero envidia
al obrero, el mendigo envidia al mendigo y el
aeda envidia al aeda. ¡Oh Perses! retén
esto en tu espíritu: que la envidia, que
se regocija de los males, no desvíe tu
espiritu del trabajo, haciéndote seguir
los procesos y escuchar las querellas en el ágora.
Hay que conceder poca atención a los procesos
y al ágora cuando no se ha amontonado en
la casa, durante la estación, el sustento,
presente de Demeter. Una vez saciado, entablarás,
si quieres, procesos y querellas a las riquezas
de los otros; pero entonces no te será
ya permitido obrar así. Terminemos, pues,
el proceso con juícios rectos, que son
dones excelentes de Zeus; porque recientemente
hemos repartido nuestro patrimonio, y me has arrebatado
la mayor parte, con el fin de inclinar en tu favor
a los reyes, esos devoradores de presentes, que
quieren juzgar los procesos. ¡Insensatos!
No sahen hasta qué punto la mitad a veces
vale más que el todo, y hasta qué
punto son un gran bien la malva y el asfodelo.
Los Dioses, en efecto, ocultaron a los hombres
el sustento de la vida; pues, de otro modo, durante
un solo día trabajarias lo suficiente para
todo el año, viviendo sin hacer nada. Al
punto colgarías el mango del arado por
encima del humo, y pararías el trabajo
de los bueyes y de las mulas pacientes. Pero Zeus
ocultó este secreto, irritado en su corazón
porque el sagaz prometeo le había engañado.
Por eso preparó a los hombres males lamentables,
y escondió el fuego que el excelente hijo
de Yapeto robara en una caña hueca abierta
para dárselo a los hombres, engañando
así a Zeus que disfruta del rayo. Entonces,
Zeus que amootona las nubes dijo indignado: ¡Yapetionida!
Más sagaz que ninguno, te alegras de haber
hurtado el fuego y engañado a mi espíritu;
pero eso constituirá una gran desdicha
para ti, así como para los hombres futuros.
A causa de ese fnego, les enviaré un mal
del que quedarán encantados, y abrazarán
su propio azote. Habló así y rió
el Padre de los hombres y de los Dioses, y ordenó
al ilustre Hefesto que mezclara en seguida la
tierra con el agua y de la pasta formara una bella
virgen semejante a las Diosas inmortales, y a
la cual daría voz humana y fuerza. Y ordenó
a Atenea que le enseñara las labores de
las mujeres y a tejer la tela; y que Afrodita
de oro esparciera la gracia sobre su cabeza y
le diera el áspero deseo y las inquietudes
que enervan los miembros. Y ordenó al mensajero
Hermeas, matador de Argos, que le inspirara la
impudicia y un ánimo falaz. Ordenó
así, y los aludidos obedecieron al rey
Zeus Cronión. Al punto, el ilustre Cojo
de ambos pies, por orden de Zeus, modeló
con tierra una imagen semejante a una virgen venerable;
la Diosa Atenea la de los ojos claros la vistió
y la adornó; las Diosas Cárites
y la venerable Pito colgaron a su cuello collares
de oro; las Horas de hermosos cabellos la coronaron
de flores primaverales; Palas Atenea le adornó
todo el cuerpo; y el Mensajero matador de Argos,
por orden de Zeus retumbante, le inspiró
las mentiras, los halagos y las perfidias; y finalmente
el Mensajero de los Dioses puso en ella la voz.
Y Zeus llamó a ésta mujer Pandora,
porque todos los Dioses de las moradas olímpicas
le dieron algún don, que se convirtiera
en daño de los hombres que se alimentan
de pan Tras de acabar esta obra perniosa e inevitable
el Padre Zeus enhacia Epimeteo al ilustre Matador
de Argos, veloz mensajero de los Dioses, con ese
presente; y Epimeteo no pensó en que Prometeo
le había recomendado que no aceptara nada
de Zeus Olimpico y le devolviera sus presentes,
para que no trajesen desgracia a los mortales.
Y acepto el obsequio y no sintió el mal
hasta después de haberlo recibido. Antes
de aquel día, las generaciones de hombres
vivían sobre la tierra exentas de males,
y del rudo trabajo, y de las enfermedades crueles
que acartean la muerte a los hombres. Porque ahora
los mortales envejecen entre miserias. Y aquella
mujer, levantando la tapa de un gran vaso que
tenía en sus manos esparció sobre
los hombres las miserias horribles. Únicamente
la Esperanza quedó en el vaso, detenida
en los bordes, y no echó a volar porque
Pandora había vuelto a cerrar la tapa por
orden de Zeus tempestuoso que amontona las nubes.
Y he aquí que se esparcen innumerables
males entre los hombres, y llenan la tierra y
cubren el mar; noche y día abruman las
enfermedades a los hombres, trayéndoles
en silencio todos los dolores porque el sabio
Zeus les ha negado la voz. Y así es que
nadie puede evitar la voluntad de Zeus. Pero,
si quieres, oh Perses, te diré otras palabras
buenas y sabias; retenlas en tu espíritu.
Cuando al mismo tiempo nacieron los Dioses y los
hombres mortales, primero los Inmortales que tienen
moradas olímpicas crearon la Edad de Oro
de los hombres que hablan. Bajo el imperio de
Cronos que mandaba en el Urano, vivían
como Dioses, dotados de un espíritu tranquilo.
No conocían el trabajo, ni el dolor, ni
la cruel vejez; guardaban siempre el vigor de
sus pies y de sus manos, y se encantaban con festines,
lejos de todos los males, y morían como
se duerme. Poseían todos los bienes; la
tierra fértil producia por si sola en abundancia;
y en una tranquilidad profunda, compartían
estas riquezas con la muchedumbre de los demás
hombres irreprochables. Pero, después de
que la tierra hubo escondido esta generación,
se convirtieron en Dioses, por voluntad de Zeus,
aquellos hombres excelentes y guardianes de los
mortales. Vestidos de aire, van por la tierra,
observando las acciones buenas y malas, y otorgando
las riquezas, porque tal es su real recompensa.
Después, los habitantes de las moradas
olímpicas suscitaron una segunda generación
muy inferior, la Edad de Plata, que no era semejante
a la Edad de Oro ni en el cuerpo ni en la inteligencia,
Durante cien años, el niño era criado
por su madre y crecía en su morada, pero
sin ninguna inteligencia; y cuando había
alcanzado la adolescencia y el término
de la pubertad, vivía muy poco tiempo,
abrumado de dolores a causa de la estupidez. En
efecto, los hombres no podían abstenerse
entre ellos de la injuriosa iniquidad, y no querían
honrar a los Dioses, ni sacrificar en los altares
sagrados de los Bienaventurados, como está
prescrito a los hombres por el uso. Y Zeus Cronida,
irritado, los absorbió, porque no honraban
a los Dioses que habitan el Olimpo. Después
de que la tierra hubo escondido esta generación,
estos mortales fueron llamados los Dichosos subterráneos.
Están en segunda fila, pero se respeta
su memoria. Y el Padre Zeus suscitó una
tercera raza de hombres parlantes, la Edad de
Bronce, muy desemejante a la Edad de Plata. Al
igual de fresnos, violentas y robustos, estos
hombres no se preocupaban sino de injurias y de
trabajos lamentables de Ares. No comían
trigo, eran feroces y tenían el corazón
duro como el acero. Era grande su fuerza, y sus
manos inevitables se alargaban desde los hombros
sobre sus miembros robustos. Y sus armas eran
de bronce y sus moradas de bronce, y trabajaban
el bronce, porque aún no existía
el hierro negro. Domeñándose entre
sí con sus propias manos, descendieron
a la morada amplia y helada de Edes, sin honores.
La negra Tanatos los asi¢, a pesar de sus
fuerzas maravillosas, y dejaron la espléndida
luz de Helios. Después de que la tierra
hubo escondido esta generación, Zeus Cronida
suscitó otra divina raza de héroes
más justos y mejores, que fueron llamados
Semidioses en toda la tierra por la generación
presente. Pero la guerra lamentable y la refriega
terrible los destruyeron a todos, a unos en la
tierra Cadmeida, delante de Tebas la de las siete
puertas, en tanto combatían por los rebaños
de Edipo; y a los otros, cuando en sus naves fueron
a Troya, surcando las grandes olas del mar, a
causa de Helena la de hermosos cabellos, Ios envolvió
allí la sombra de la muerte. Y el Padre
Zeus les dio un sustento y una morada desconocidos
de los hombres, en las extremidades de la tierra.
Y estos héroes habitan apaciblemente las
islas de los Bienaventurados, allende el profundo
Océano. Y allí, tres veces por año,
les da la tierra sus frutos. ¡Oh, si no
viviera yo en esta quinta generación de
hombres, o más bien, si hubiera muerto
antes o nacido después! Porque ahora es
la Edad de Hierro. Los hombres no cesarán
de estar abrumados de trabajos y de miserias durante
el día, ni de ser corrompidos durante la
noche, y los Dioses les prodigarán amargas
inquietudes. Entretanto, los bienes se mezclarán
con los males. Pero Zeus destruirá también
esta generación de hombres cuando se les
tornen blancos los cabellos. No será el
padre semejante al hijo, ni el hijo al padre,
ni el huesped al huésped, ni el amigo al
amigo, y el hermano no será amado por su
hermano como antes. Los padres viejos serán
despreciados por sus hijos impios, que les dirigirán
palabras injuriosas, sin temer los ojos de los
Dioses. Llenos de violencia, no restituirán
a sus viejos padres el precio de los cuidados
que de ellos recibieron. El uno saqueará
la ciudad del otro. No habrá ninguna piedad,
ninguna justicia, ni buenas acciones, sino que
se respetará al hombre violento e inicuo.
Ni equidad, ni pudor. El malo ultrajará
al mejor con palabras engañosas, y perjurará.
El detestable Zelo, que se regocija de los males,
perseguirá a todos los míseros hombres.
Entonces, volando de la anchurosa tierra hacia
el Olimpo, y abandonando a los hombres, Edo y
Némesis, vestidas con trajes blancos, se
reunirán con la raza de los Inmortales.
Y los dolores se quedarán entre los mortales,
y ya no habrá remedio para sus males. Y
ahora, diré un apólogo a los reyes,
aunque piensan con su propia sabiduría.
Un gavilán habló así a un
ruiseñor sonoro al que haóía
cogido en sus garras y se lo llevaba por las altas
nubes. El ruiseñor, desgarrado por las
curvas uñas, gemía; pero el gavilán
le dijo estas palabras imperiosas: Desdichado,
¿por qué gimes? Ciertamente, eres
presa de uno más fuerte que tú.
Irás adonde yo te conduzca, aunque seas
un aeda. Te comeré, si me place, o te soltaré.
¡Malhaya quien quiera luchar contra otro
más poderoso que él! Será
privado de la victoria y abrumado de vergüenza
y de dolores. Así habló el rápido
gavilán de anchas alas. ¡Oh Perses!
escucha la justicia y no medites la injuria, porque
la injuria es funesta para el miserable, y ni
siquiera el hombre irreprochable la soporta fácilmente;
está abrumado y perdido por ella. Hay otra
vía mejor que lleva a la justicia, y ésta
se halla siempre por encima de la injuria; pero
el insensato no se instruye hasta después
de haber sufrido. El Dios testigo de los juramentos
se aparta de los juicios inicuos. La justicia
se irrita, sea cualquiera el lugar adonde la conduzcan
hombres devoradores de presentes que ultrajan
las leyes con juicios inicuos. Vestida de tinieblas,
recorre, llorando, las ciudades y las moradas
de los pueblos, llevando la desdicha a los hombres
que la han ahuyentado y no han juzgado equitativamente.
Pero los que hacen una justicia recta a los extranjeros,
como a sus conciudadanos, y no se salen de lo
que es justo, contribuyen a que prosperen las
ciudades y los pueblos. La paz, mantenedora de
hombres jóvenes, está sobre la tierra,
y Zeus que mira a lo lejos, no les envía
jamás la guerra lamentable. Jamás
el hambre ni la injuria ponen a prueba a los hombres
justos, que gozan de sus riquezas en los festines.
La tierra les da alimento abundante; en las montañas,
la encina tiene bellotas en su copa y panales
en la mitad de su altura. Sus ovejas están
cargadas de lana y sus mujeres paren hijos semejantes
a sus padres. Abundan perpetuamente en bienes
y no tienen que navegar en naves, porque la tierra
fecunda les prodiga sus frutos. Pero a los que
se entregan a la injuria, a la husca del mal y
a las malas acciones, Zeus que mira a lo lejos,
el Cronida, les prepara un castigo; y con frecuencia
es castigada toda una ciudad a causa del crimen
de un solo hombre que ha meditado la iniquidad
y que ha obrado mal. El Cronión, desde
lo alto del Urano. envía una gran calamidad:
el hambre y la peste a la vez, y perecen los puehlos.
Las mujeres no paren ya, y decrecen las familias.
por voluntad de Zeus Olímpico; o bien les
destruye el Cronión su gran ejército,
o sus murallas, o hunde sus naves en el mar. ¡Oh
reyes! considerad por vosotros mismos este castigo;
porque los Dioses mezclados entre los hombres,
ven a cuantos se persiguen con juicios inicuos
sin preocuparse de los Dioses ni por asomo. Sobre
la tierra mantenedora de muchos hay treinta mil
Inmortales de Zeus que guardan a los hombres mortales;
y envueltos de aire, corren acá y allá
sobre la tierra observando los juicios equitativos
y las malas acciones. Y la justicia es una virgen
hija de Zeus, ilustre, venerable para los Dioses
que habitan el Olimpo; y en verdad que, si alguien
la hiere y la ultraja sentada junto al Padre Zeus
Cronión, al punto acusa ella al espíritu
inicuo de los hombres, con el fin de que el pueblo
sea castigado por culpa de los reyes que, movidos
de un mal designio, se apartan de la equidad recta
y se niegan a pronunciar juicios irreprochables.
Considerad esto, ¡oh reyes devoradores de
presentes! corregid vuestras sentencias y olvidad
la iniquidad. Se hace daño a sí
propio el hombre que se lo hace a otros; un mal
designio es más dañoso para quien
lo ha concebido. Los ojos de Zeus lo ven y lo
comprenden todo; y en verdad que, si Zeus lo quiere,
mira al proceso que se juzga en la ciudad. Pero
no quiero pasar por justo entre los hombres, ni
que pase por ello mi hijo, puesto que constituye
una desdicha ser justo, y el más inicuo
tiene más derechos que el justo. Sin embargo
no creo que Zeus, que disfruta del rayo, quiera
que las cosas acaben así. Oh Perses! retén
esto en tu espíritu: acoge el espíritu
de justicia y rechaza la violencia, pues el Cronión
ha impuesto esta ley a los hombres. Ha permitido
a los peces, a los animales feroces y a las aves
de rapiña devorarse entre sí, porque
carecen de justicia; pero ha dado a los hombres
la justicia, que es la mejor de las cosas. Si
en el ágora quiere hablar con equidad alguno,
Zeus, que mira a lo lejos, le colma de riquezas;
pero si miente perjurando, es castigado irremediablemente:
su posteridad se oscurece y acaba por extinguirse,
en tanto que la posteridad del hombre justo se
ilustra en el porvenir, cada vez más. ¡Te
haré excelentes advertencias, insensatísimo
Perses! Fácil es abismarse en la maldad,
porqoe la vía que conduce a ella es corta
y estó cerca de nosotros; en cambio, para
ejercitar la virtud los mismos Dioses han sudado;
porque la vía es larga, ardua y al principio
está llena de dificultades; pero en cuanto
se llega a la cúspide, se hace fácil
en adelante, después de haber sido difícil.
Más prudente es quien, experimentando todo
por sí mismo, medita acerca de las accienes
que serán mejores una vez llevadas a cabo.
También es muy meritorio quien consiente
que se le aconseje bien; pero quien no escucha
ni a sí propio ni a los demás, es
un hombre inútil. Acuérdate siempre
de mi consejo, y trabaja, ¡oh Perses, raza
de Dioses! con el fin de que el hambre te deteste
y de que Demeter la de la hermoso corona, la venerable,
te ame y llene tu granero; porque el hambre es
la compañera inseparable del perezoso.
Los Dioses y los hombres odian igualmente al que
vive sin hacer nada, semejante a los zánganos,
que carecen de aguijón y que, sin trabajar
por su cuenta, devoran el trabajo de las abejas.
Séate agradable trabajar útilmente,
a fin de que tus graneros se llenen en tiempo
oportuno. El trabajo hace a los hombres opulentos
y ricos en rebaños, y trabajando serás
más caro a los Dioses y a los hombres,
porque tienen odio a los perezozos. No es el trabajo
quien envilece, sino la ociosidad. Si trabajas,
no tardará el perezoso en tener envidia
de ver que te enriqueces, porque la virtud y la
gloria acompañan a las riquezas; y así
serás semejante a un Dios. Por eso más
vale trabajar, no mirar con espíritu envidioso
las riquezas de los demás, y tener la preocupación
de tu sustento, como te aconsejo. La mala vergüenza
posee al indigente. La vergüenza viene en
ayuda de los hombres o los envilece. La vergüenza
Ileva a la pobreza y la audacia lleva a las riquezas.
Las riquezas no adquiridas por el robo, sino otorgadas
por los Dioses, son las mejores. Si alguien a
causa de la pereza de sus manos ha arrebatado
grandes riquezas, o con el ejercicio de su lengua
ha despojado a otro y estas cosas son frecuentes,
porque el deseo de ganancia turba el espíritu
y la impudicia ahuyenta el pudor, los Dioses arruinan
fácilmente a tal hombre; su raza decrece,
y no guarda él sus riquezas sino poco tiempo.
Y es lo mismo el crimen de quien ofendiera con
malos tratos a un suplicante o a un huésped,
que el de quien subiera al lecho fraterno, cometiendo
una acción impía por deseo de la
mujer de su hermano, que el de quien, con el fraude,
arruinara a niños huérfanos, y que
el de quien abrumara con oprobios y palabras injuriosas
a su padre al llegar éste al mísero
umbral de la vejez. En verdad que Zeus se irrita
contra ese hombre y le inflige un castigo terrible
a causa de sus iniquidades. En tu espírifu
insensato abstente, pues, de esas acciones. Antes
bien, ofrece castamente e inocentemente sacrificios
a los Dioses inmortales y quema muslos crasos.
Aplácalos con libaciones y perfumes en
el momento en que te acuestes y cuando vuelva
la luz sagrada, con el fin de que te sean benévolos
de espíritu y de corazón, y de que,
sin vender su herencia, puedas, por el contrario,
comprar la de otro. Llama a tu amigo a tu festén,
y no a tu enemigo. Antes bien. invita voluntario
al que habita cerca de ti; porque si te acaeciera
alguna necesidad doméstica; tus vecinos
acudirán sin cinturones, mientras tus parientes
esten ocupados todavía en ceñirse
los suyos. Un gran azote es un mal vecino, en
tanto que un buen vecino es una fortuna. Encontrar
un buen vecino es una buena suerte. Jamás
morirá uno de tus bueyes, a no ser que
tengas un mal vecino. Mide estrictamente lo que
recibas de tu vecino, y devuélveselo exactamente,
y aun con creces, si puedes, a fin de que más
tarde halles pronto socorro en caso necesario.
No aspires a ganancias ilícitas, porque
equivalen a la ruina. Ama al que te ame, ayuda
al que te ayude, da al que te dé; pero
no des nada a quien no te dé nada. Se da,
en efecto, al que da; pero nadie da a quien no
da nada. Buena es la liberalidad; pero la rapiña
es mala y mortal. Si alguien da, aunque sea mucho,
y por su propio impulso, se alegra de dar y está
contento de ello en su corazón; pero el
que roba escudándose en su impudicia, aunque
sea poco, queda con el corazón desgarrado,
porque si añades lo poco a lo poco, pero
frecuentemente, pronto lo poco se hará
mucho. El que añade a lo que posee, evitará
el hambre negra. Lo que está seguro en
casa no inquieta al amo. Más vale que esté
todo en casa, ya que lo que hay fuera está
expuesto. Dulce es gozar de los bienes presentes
y, cruel desear los de fuera. Te aconsejo evitar
todas estas cosas. Hártate de beber al
principio y al final del tunel, pero no cuando
está a la mitad. Vana es la economía
donde ya no hay nada. Da siempre exactamente el
salario convenido a tu amigo. Hasta cuando juegues
con tu hermano, ten un testigo; la credulidad
y la dcsconfianza pierden por igual a los hombres.
No seduzca tu espíritu con su dulce charla
la mujer que adorna su desnudez, porque anda buscando
tu hacienda: y quien se fía de semejante
mujer se fía del ladrón. Al hijo
unico es a quien compete vigilar la casa paterna,
y as¡ es como la riqueza se acrece en las
moradas. ¡Ojalá mueras viejo y dejes
un solo hijo en tu lugar! Zeus otorga también
grandes riquezas a las familias numerosas. Los
esfuerzos de muchosproducen bienes mayores. Asi,
pues, si tu esp¡ritu desea riquezas, procede
como te aconsejo y a?ada trabajo al trabajo.
LIBRO II Al salir las Pléyades, hijas de
Atlas, comienza la recolección, y la labranza
cuando ellas se oculten. Se ocultan durante cuarenta
días y cuarenta noches; y cuando el año
va corrido, aparecen de nuevo en el momento en
que se afila el hierro. Tal es el uso campestre
entre los que cultivan las tierras fértiles
de los profundos valles, lejos del mar retumbante.
Debes estar desnudo cuando siembres, desnudo cuando
labres, desnudo cuando coseches, si quieres Ilevar
a cabo los trabajos de Demeter en el momento propicio,
si quieres que cada cosa crezca en su estación,
y si no quieres, careciendo de todo, ir a mendigar
en moradas extrañas, sin recibir nada.
Así fue como viniste a mí ya; pero
yo no te daré cosa alguna, ni añadiré
más regalos. Trabaja, ¡oh insensato
Perses! en la tarea que los Dioses destinaron
para los hombres, no vaya a ser que, gimiendo
tu corazón, con tu mujer y tus hijos, tengas
que buscar el sustento en casa de tus vecinos,
que te rechazarán. Acaso lograras éxito
dos o tres veces; pero si vuelves a importunarlos,
ya no lograrás nada; hablarás mucho
en vano y será inútil la multitud
de tus palabras. Te aconsejo, pues, que empieces
por pensar en el pago de tus deudas y en evitar
el hambre. Ante todo, procura tener una casa,
una mujer, un buey de labor y una servidora soltera
que siga a tus bueyes. Ten en tu morada todos
los instrumentos necesarios, con el fin de que
no hayas de pedírselos a otros y de que
no carezcas de ellos si se te rehusan; porque
entonces pasará el tiempo y el trabajo
quedará por hacer. No dejes nada para el
día siguiente, ni para el otro día,
porque el trabajo diferido no llena el granero.
La actividad acrecerá tus riquezas, porque
el hombre que difiere siempre las cosas lucha
con la ruina. Cuando la fuerza del ardiente Helios
disminuye y el cuerpo humano, por voluntad del
gran Zeus, se torna más ligero durante
las lluvias otoñales. Porque entonces la
estrella de Sirio aparece menos tiempo sobre la
cabeza de los hombres sometidos a la Ker y brilla
sobre todo en la noche; cuando la selva, talada
por el hierro, se hace incorruptible, y caen las
hojas y la savia ardiente se detiene en las ramas,
acuérdate de que ya es hora de cortar la
madera. Talla un mortero de tres pies, un majadero
de tres codos y un eje de siete pies. En verdad
que esta es la mejor medida. Pero si el eje lo
encuentras de ocho pies: podrás entonces
cortar además un mazo. Corta también
una rueda de tres palmos para una carreta que
mida diez palmos y además, varios trozos
de madera curvada. Lleva a tu morada, si lo encuentras
en la montaña o en los campos, una mancera
de arado de carrasca, que es la mancera más
sólida para hacer trabajar a los bueyes.
Un discípulo de Atenea la adaptará
al timón y la fijará al dental con
clavos. Entonces, trabajando en tu morada, dispán
dos arados, uno acoplado y el otro compacto, que
así es mejor. Porque si rompes uno, sujetaras
al otro los bueyes. Los timones mas fuertes son
de laurel o de olmo; el cuerpo del arado es de
encina y la marecera de madera de carrasca. Compra
dos bueyes de nueve años. Cuando están
en el término de la juventud, se hallan
pletáricos de fuerza y son excelentes para
el trabajo. No se querellarán, rompiendo
el arado en el surco y dejando la labor sin acabar.
Que los siga un hombre de cuarenta años,
habiendo comido cuatro partes de un pan cortado
en ocho pedazos. Él cuidará de su
labor y trazará un surco derecho, porque
no mirará a sus compañeros y se
entregará por entero al trabajo. Uno más
joven no valdría para esparcir la semilla
y para evitar tener que esparcirla dos veces,
porque uno más joven desea en su corazón
reunirse con sus compañeros. Escucha con
atención el graznido de la grúlla
que todos los años chilla desde lo alto
de las nubes. Da la señal de ta labor y
anuncia el invierno lluvioso. Entonces se desgarra
el corazón del hombre que no preparó
sus bueyes. Alimenta en tu morada bueyes de cuernos
curvos. Fácil es decir al vecino: “Préstame
tus bueyes y tu arado”; pero fácil
es responder: “Mis bueyes están trabajando”.
El hombre de espíritu fantasioso dice:
“¡Construiré ún arado!”
Insensato, no sabe que para construir un arado
son precisos cien trozos de madera, y que antes
que nada se necesita ocuparse en cogerlos de antemano
y reunirlos en casa. Cuando llegue la época
de labrar, ve con tus servidores, y desde por
la mañana apresúrate a labrar la
tierra húmeda o seca, a fin de que sean
fértiles tus campos. Siembra tu campo cuando
aún esté liviano por la sequía;
limpia el suelo en la primavera, a fin de que
no te pese, si se labra de nuevo en verano. De
esta manera sirve para apartar las imprecaciones
y calmar el llanto de los ni?os. Suplica a Zeus
subterráneo y a la casta Demeter, con el
fin de que maduren los frutos sagrados de ésta.
Cuando comiences a labrar, teniendo en la mano
el extremo de la mancera del arado y pinchando
con el aguijón el lomo de los bueyes que
arrastran el timón con ayuda de una correa,
vaya detrás un servidor joven y dé
que hacer a los pájaros, ocultando la semilla
con ayuda de una azada. El orden es la mejor de
las cosas para los mortales, y el desorden es
la peor. Tus ricas espigas se curvarán
hacia la tierra, si Zeus otorga un dichoso fin
a tus trabajos. Ahuyentarás de tus vasos
las telarañas, y espero que te regocijes
de poseer la abundancia en tu casa. Alegre, llegarás
a la blanca primavera, y no tendrán envidia
a los demás, y los demás te tendrán
envidia. Pero si labras la tierra fértil
solamente en el solsticio del invierno, cosecharás
sentado, recogiendo pocas espigas, sentado en
el polvo y poco satisfecho. Cabrá todo
en un cesto, y pocos serán los que te envidien.
El espíritu de Zeus tempestuoso va de acá
para allá, y es difícil para los
hombres mortales comprenderlo. Si labras tardíamente,
sin embargo, hay un remedio a eso. Cuando el cuco
canta en el follaje de la encina y encanta a los
mortales en la tierra espaciosa, a veces desata
Zeus una lluvia durante tres días aunque
cesa antes de que el agua suba por encima de la
pezuña de los bueyes. Así, la labranza
tardía valdría tanto como la otra.
Retén esto en tu espíritu, y no
lo olvides ni en el retorno de la blanca primavera
ni en la estación pluvial. No te detengas
ante la fragua y la cálida Lesce en invierno,
cuando el frío violento retiene a los hombres.
Incluso entonces sabe acrecentar su bien el hombre
activo. No te abrume, pues, el rigor del invierno
y de la pobreza, mientras oprimas con tu mano
delgada tu pie hinchado. El perezoso que tiene
hambre da siempre vueltas en su espíritu
a una multitud de vanas esperanzas y de malos
pensamientos. El que no tiene sustento suficiente
queda sentado en la Lesce y no tiene buenos pensamientos.
Hacia la mitad del estío, di a tus servidores:
“No durará mucho el estío;
preparad los graneros.” Ponte al abrigo
del mes Leneón, todos los días del
cual son malos para los bueyes. Evita las heladas
peligrosas que cubren la tierra al soplo de Boreas,
cuando éste agita el mar vasto en la Tracia,
mantenedora de caballos; porque entonces mugen
la tierra y la selva. Derriba las encinas de hojas
altas y los pinos espesos, en las gargantas de
la montaña, cayendo contra tierra, y a
su impulso retiembla la selva toda. Se espantan
las bestias feroces, y hasta aquellas que tienen
pelaje espeso se recogen la cola bajo el vientre;
pero el frío les penetra su pelaje espeso
aunque cubran de vello sus pechos. Penetra el
cuero del buey, y aun la piel de la cabra velluda
pero no la lana de las ovejas. Y la fuerza del
viento Bóreas encorva al anciano, aunque
no llega al cuerpo delicado de la virgen que permanece
en su morada junto a su cara madre, ignorando
los trabajos de Afrodita de oro, y que, tras de
lavar y perfumar con aceite su hermoso cuerpo,
duerme por la noche, durante el invierno, en la
morada, cuando el polípodo se roe los pies
en su fría casa y sus tristes retiros.
En efecto, Helios no le muestra ningún
sustento que pueda coger; porque Helios se vuelve
entonces hacia los poblados y las ciudades de
los hombres negros, y brilla más tarde
para los panhelenos. Entonces los habitantes de
la selva cornudos y sin cuernos huyen, rechinando
los dientes, por los tallares espesos; porque
en sus ánimos no existe sino una preocupación:
la de ir a buscar madrigueras secretas y cavernas
pedregosas aca y allá. Entonces tambión
los mortales ya parecidos a trípodes con
los hombroa caídos y baja la cabeza se
arrastran, van y vienen evitando la blanca nieve.
Cubre tu cuerpo entonces, como te aconsejo, con
un manto esponjoso y una larga túnica.
Sobre la trama ligera de ésta aplica un
espeso forro; y póntela, a fin de que tus
vellos no se te ericen a lo largo de tu cuerpo.
Ata a tus pies sandalias hechas con cuero de un
buey muerto violentamente, y adáptatelas,
con los pelos para adentro. Cuando Ilegue la estación
del frío, échate a los hombros,
y cuélgalas con una correa de cuero, pieles
de cabritos recién nacidos, que te resguardarán
de la lluvia. Ponte a la cabeza un gorro labrado
bien hecho que impida que se te humedezcan las
orejas; porque es fría la mañana
cuando cae Bóreas, y el viento de la mañana,
al bajar desde el Urano estrellado a la tierra,
se desparrama sobre los trabajos de los ricos.
El aire vaporoso, emanado de los ríos de
curso sin fin y alzado de la tierra por los remolinos
del viento, a veces cae en lluvia al anochecer,
y a veces sopla, en tanto que el tracio Bóreas
deshace las nubes espesas. Prevenlo, y acabado
tu trabajo, vuelve a tu morada, no vaya a ser
que la tenebrosa nube uránica envuelva
tu cuerpo y moje tus vestidos. Evita esto. Ese
mes es el más duro del invierno, duro para
los rebaños y duro para los hombres. Da
entonces a los bueyes la mitad de su pasto, pero
aumenta el sustento de los hombres. Porque las
noches largas bastan para fortalecer a los bueyes.
Pon atención durante todo el año
en condicionar los alimentos a Ia duración
de las noches y los días, hasta que la
tierra mantenedora te prodigue de nuevo todo lo
que produce. Cuando, sesenta días después
de la conversión de Helios, pone fin Zeus
a los dias invernales, la estrella Arctiro, abandonando
el curso inmenso de Océano, aparece la
primera y se alza al anochecer. Después,
la gemebunda golondrina, hija de Pandión,
aparece por la mañana a los hombres, cuando
ha comenzado ya la primavera. Prevenla y poda
tu viña, que así es mejor. Pero,
cuando salga del suelo el caracol para subir a
las plantas y huya de las Pléyades, no
caves tus viñas, sino que debes afilar
tu hoz y excitar a tus servidores. Huye de los
retiros umbrosos y del lecho por la mañana,
en la época de la recolección, cuando
Helios seca el cuerpo. Date prisa, levántate
con el alba, y reúne las gavillas en tu
morada, con el fin de que sea suficiente la cosecha.
La mañana hace la tercera parte del trabajo,
abrevia el camino y activa la obra. En cuanto
despunte la mañana, pon en movimiento gran
número de hombres y sujeta al yugo gran
número de bueyes. Cuando el cardo florece
y la sonora cigarra, posada en un árbol,
canta su canción armoniosa agitando las
alas, en la cálida estación de estío,
entonces están gordas las cabas, es excelente
el vino, las mujercs se tornan más livianas
y los hombres más voluptuosos, porque Sirio
les abrasa la cabeza y las rodillas, porque tienen
todo el cuerpo seco por el calor. Ojalá
que entonces estén a la mano las rocas
umbrosas, el vino de Biblos, el pan bien cocido,
la leche de cabras que no crían ya, la
carne de ternera que no ha parido y la carne de
cabritos tiernos. Bebe vino negro, sentado a la
sombra, y hártate de comer, con el rostro
expuesto al soplo tibio del viento, al borde de
un manantial que corra incesante y claro. Mezcla
tres partes de agua con una cuarta parte de vino.
Ordena a tus servidores, cuando aparezca la fuerza
de Orión, que muelan los dones sagrados
de Demeter en un lugar descubierto y sobre una
era bien redondeada y muy plana. Mide correctamente
el grano y mételo en tus depositos. Luego,
cuando hayas dispuesto toda tu cosecha en tu morada,
busca un servidor sin casa y una servidora sin
hijos. La que tiene hijos es importuna. Alimenta
a un perro de dientes terribles y no le escatimes
el alimento, no vaya a ser que se lleve tus riquezas
el ladrón que duerme de día. Haz
también provisión de heno y de paja,
a fin de alimentar con ello todo el año
a Los bueyes y a tus mulos. Después, por
último, dejen en reposo tus servidores
sus rodillas y desúnzanse los bueyes. Cuando
Orión y Sirio lleguen a la mitad del Urano,
y cuando Eos la de los dedos rosados mire a Arctiro,
¡oh Perses! guarda tus uvas en tu morada;
y exponlas a la luz de Helios durante diez días
y otras tantas noches. Ponlas a la sombra durante
cinco días, y al sexto, encierra en los
vasos esos dones de Dionisos que inspira la alegría.
Cuando las Pléyades, las Hiadas y la fuerza
de Orión hayan desaparecido, acuérdate
de que ha llegado el momento de labrar, y así
será consagrado todo el año a los
trabajos de la tierra. Si se apodera de ti el
deseo de la navegación peligrosa, teme
la época en que las Pléyades, huyendo
de la fuerza terrible de Orion, caen en el negro
mar. En verdad que entonces se desencadenan los
soplos de vientos numerosos. No dejes ya mucho
tiempo tus naves en el negro mar; acuérdate,
antes bien, de trabajar la tierra, como te aconsejo.
Arrastra tu nave al continente y sujétala
con piedras por todos lados, a fin de que éstas
resistan a la fuerza de los vientos húmedos
y de que se vacíe la sentina, a fin de
que la lluvia de Zeus no pudra la nave. Lleva
todo el aparejo a tu morada, y pliega con cuidado
las alas de la nave que surca el mar. Cuelga el
gobernalle sólido por encima del humo hasta
que vuelva el tiempo de la navegación.
Arrastra entonces al mar tu nave rápida
y llénala de manera que reportes un beneficio
a tu morada. Así es como mi padre y tuyo
¡oh insensatísimo Perses! navegaba
en sus naves, buscando una buena ganancia. En
otro tiempo vino aquí, a través
del inmenso mar, en una nave negra, abandonando
Cima Eólida. Y no rehuía la opulencia
ni las riquezas, sino la pobreza mala que Zeus
inflige a los hombres. Y junto al Helicón,
hábitó la mísera aldea Ascra,
horrible en invierno, penosa en estío y
jamás agradable. Por lo que a ti respecta,
¡oh Perses! acuérdate de escoger
el tiempo propio para todos dos trabajos y sobre
todo para la navegación. Elogia la nave
pequeña, pero no cargues sino una grande.
Cuanto más considerable es la carga, más
considerable es la ganancia, siempre que los vientos
retengan su soplo terrible. Si quieres orientar
hacia el comercio tu espíritu imprudente,
evitar las deudas y el hambre cruel, te enseñaré
a conducirte en el mar de ruidos sin número,
aunque no soy hábil en la navegación;
porque nunca partí en nave para alta mar,
a no ser para la Eubea desde Aulide, donde, retenidos
por el viento, los acayanos congregaron en otro
tiempo su gran ejercito para ir desde la santa
Hélade a Troya la de hermosas mujeres.
De allí fui a Calcis para los juegos del
bravo Anfidamas. Sus hijos magnánimos los
habían instituido de todas clases. Me jacto
de haber obtenido allí el premio del canto,
un trípode de dos asas que consagré
a las Musas Heliconiadas, en donde por primera
vez me inspiraron el canto sonoro. Solamente entonces
fue cuando me aventuré en las naves construidas
con ayuda de numerosos clavos. Pero, entretanto,
te diré la voluntad de Zeus tempestuoso,
porque las Musas me enseñaron a cantar
el himno sagrado. Cincuenta días después
de la conversión de Helios, al final de
la laboriosa estación del estío,
es la época de la navegación para
los mortales. Entonces, ciertamente, no se romperá
ninguna nave y no tragara el mar a ningún
hombre, a menos que así lo quiera el sabio
Poseidón que conmueve la tierra, o Zeus,
rey de los Inmortales, porque de ellos dependen
los bienes y los males. Entonces serán
fáciles los vientos y el mar permanecerá
tranquilo y sin peligro. Seguro de los vientos,
arrastra al mar tu nave rápida, después
de cargarla bien; apresúrate luego a volver
a tu morada. No aguardes al vino nuevo, a las
lluvias otoñales, a la proximidad del invierno
y a los soplos terribles del Noto que, viniendo
con las abundantes lluvias uránicas del
otoño, revuelve el mar y lo hace impracticable.
También es buena la navegación en
primavera. Cuando aparecen las primeras hojas
en la copa de la higuera, tan poco visibles como
las huellas de una corneja que anda, es practicable
el mar. Esta es la navegación de primavera;
y no la apruebo; sin embargo, y no place a mi
espíritu, porque es incómoda. Difícilmente
evitarás el peligro. Pero los hombres obran
imprudentemente, y el dinero es el alma de los
míseros mortales. Como es la * mentaba
morir en las olas, te aconsejo que medites en
tu espíritu acerca de todo lo que te digo.
No pongas en tus naves toda tu riqueza; deja la
mayor parte y llévate la menor; porque
tan lamentable es encontrar la muerte en los olas
del mar como romper el eje de un carro demasiado
cargado, y perder así lo que contiene.
Se prudente. Lo mejor en todo es escoger la ocasión.
Cuando no tengas todavía treinta años
o no tengas muchos más conduce a una esposa
a tu morada; esa es la edad que te conviene para
el matrimonio. Sea nubil la mujer a los catorce
años y cásese a los quince. Desposa
a una virgen a fin de ense?arle las costumbres
castas. Conduce sobre todo a tu morada a la que
habite cerca de ti. Pon en esas cosas la mayor
atención, no vaya a ser que tu desposorio
cause la irritación de tus vecinos. Una
mujer irreprochable es el mejor bien que puede
caer en suerte a un hombre; pero la peor calamidad
es una mujer amiga de festines que quema a su
marido sin antorcha, por muy vigoroso que sea,
y le arrastra a una vejez rápida. Observa
el temor saludable a los Dioses inmortales. No
hagas de tu amigo un igual a tu hermano; pero,
si lo haces, no seas el primero en causarle ningun
entuerto. No mientas únicamente por hablar.
Si un amigo comienza a ofenderte con su palabra
injuriosa o con la acción, acuérdate
de castigarle por ello dos veces; pero, si vuelve
a tu amistad y quiere ofrecerte una satisfacción,
recibela, porque es un pobre hombre que tiene
que ir de un amigo a otro amigo. Tu rostro revele
tu pensamiento. Que no te llamen huésped
de muchos ni de pocos. No seas compañero
de los malos, ni calumniador de los buenos. No
permitas jamás que insulten la mísera
pobreza que roe el alma y que es un don de los
Dioses inmortales. Ciertamente, la lengua parsimoniosa
es un tesoro excelente entre los hombres, y la
gracia de las palabras está toda en su
mesura. Si hablas mal se hablará de ti
peor todavía. No asistas con aire huraño
a los festines públicos que se celebren
a costa común. En ellos es grandísimo
el placer y muy pequeño el gasto. Nunca
hagas por la mañana con manos impuras libaciones
de vino negro a Zeus o a los demás Inmortales.
No te atenderán y rechazarán tus
plegarias. No orines de pie contra Helios, y desde
que se ponga hasta que salga, no lo hagas tampoco
desnudo en medio o fuera del camino, porque las
noches son de los dioses. Un hombre prudente se
retrae para no mostrar sus vergüenzas, o
bien se arrima al muro de un corral. Tampoco exhibas
tus vergüenzas manchadas de semen dentro
de tu casa. No siembres progenie cuando vuelvas
de un funeral porque es de mal agüero, sino
hazlo cuando regreses de un convite de los Dioses.
No atravieses jamás a pie el agua límpida
de los ríos inagotables, antes de haber
orado mirando su hermoso curso y de haberte lavado
las manos en tan hermosa agua clara. Al que atraviesa
un río con manos impuras, los Dioses le
toman odio y le preparan calamidades para el porvenir.
Durante el festín sagrado de los Dioses,
no apartes jamás lo seco de lo verde con
ayuda del hierro negro, y no pongas la copa donde
se beba en la crátera, porque eso sería
una señal funesta. No dejes sin acabar
la casa que edifiques, no sea que la corneja chillona
vaya a posarse en ella graznando. No comas ni
te laves en vasos no consagrados, porque te traería
desgracia. No sientes a un niño de doce
días sobre los muebles sagrados; no es
bueno eso, en efecto, y sólo harías
de él un hombre débil para engendrar.
Lo mismo ocurriría con un niño de
doce meses. Hombre, no laves tu cuerpo en el baño
de las mujeres, porque algún día
seguiría a esa acción un castigo
terrible. Si te presentas en medio de un sacrificio,
respeta los misterios, porque se irritaría
el Dios. No orines en la corriente de los ríos
que van al mar, ni en las fuentes. Evita esto
sobre todo. No satisfagas allí ninguna
necesidad, porque no sería mejor la acción.
Evita una mala fama entre los mortales. La mala
fama es peligrosa; se levanta facilmente, se soporta
con pena y se consigue difícilmente echar
de sí. Cuando son pueblos numerosos los
que difunden la fama, no perece ésta nunca,
porque es también Diosa. Observa los días
de Zeus y enseña su observancia a tus servidores,
con arreglo al buen orden. El trigésimo
día del mes es el mejor para examinar los
trabajos y pagarles el salario, cuando los pueblos
se conducen discriminando con verdad unos días
de otros. He aquí los días del sabio
Zeus: el primero, el cuarto y el séptimo,
días sagrados, porque en esle último
Latona parió a Apolo el de la espada de
oro; el octavo y el noveno, dos días del
mes que avanza, convienen a los trabajos de los
mortales; el undécimo y el duodécimo
sobresalen ambos, uno para esquilar las ovejas
y otro para cortar las alegres espigas; pero el
duodécimo es mejor que el undécimo,
porque entonces la araña, suspendida en
el aire, corre en pleno estío, en tanto
que la prudente hormiga amontona sus provisiones.
Es preciso que en tal día la mujer prepare
su tela y comience su labor. Guárdate de
sembrar en el decimotercero día del mes
comenzado; pero ese día es excelente para
las plantaciones. El decimosexto no es muy favorable
para las plantaciones de árboles, mas es
propicio a la generación de los varones,
pero no a la de las hembras, tanto para que nazcan
como para que se casen. Es un buen día
para castrar a los caballos y a los carneros y
para rodear de una cerca el establo. Es bueno
también para engendrar varones; pero éstos
amarán a las querellas, a las mentiras,
a las palabras dulces y a las entrevistas secretas.
En el octavo día del mes, castra al cerdo
y al toro mugidor, y en el duodécimo, a
los mulos pacientes. En el vigésimo, durante
el mes de los días largos, el hombre prudente
engendrará, porque su prole será
de agudo entendimiento. El decimo es propicia
a la generación de los varones, y el decimocuarto
a la generación de las hembras. Tambien
en este día aplaca, acariciándolos
con la mano, a las ovejas, a los bueyes de cuernos
torcidos y de pies curvos, al perro de dientes
afilados y a los mulos pacientes, y domestícalos;
se prudente, a fin de evitar las penas del ánimo
durante el cuarto día del mes que crece
o se acaba: porque esos días son enteramente
perfectos. En el cuarto día, conduce una
esposa a tu morada después de consultar
el augurio de las aves. Esta es la mejor adivinación
para el matrimonio. Evita los quintos días,
porque son peligrosos y terribles. Entonces, efectivamente,
es cuando según dicen, las Erinnias recorren
la tierra vengando a Horco, a quien parió
Eris para castigar el perjurio. En el decimoséptimo
examina atentamente los dones sagrados de Demeter
y aviéntalos en un aire tranquilo. Corta
también la fuerza de las maderas destinadas
a las casas y a las naves. En el cuarto comienza
a construir tus naves rápidas. El decimonono
día del mes, por la tarde, es el mejor
día para todo. El noveno día será
libre de penas para los hombres; también
lo es para plantar y para engendrar al hombre
o a la mujer. Este no es jamás un mal día.
Pero pocos saben que el vigésimonono es
un día excelente para calafatear los toneles
y someter los bueyes al yugo, así como
los mulos y los caballos rápidos; y también
para arrastrar al negro mar una nave rápida
de numerosos bancos de remeros; pero pocos lo
saben. En el cuarto día, abre los toneles;
si éste es del mes mediado, sabe que es
el día sagrado por encima de todos. Algunos
saben que el vigésimocuarto día
por la mañana es el mejor del mes; pero,
por la tarde es menos bueno. Estos días
son los más útiles a los hombres.
Los demás son inseguros, pues no presagian
ni acarrean nada. Se alaba tanto a uno como a
otro; pero pocos los conocen. La jornada es tan
madrastra como madre. ¡Dichoso, dichoso
aquel que, sabiendo todas estas cosas, irreprochables
ante los Dioses, se entrega al trabajo sin cometer
falta alguna; observa los augurios de las aves
y huye de las malas acciones.
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